El hombre que sería rey de John Huston (The Man Who Would Be King, 1975)
Dos pobres diablos aventureros deciden cambiar su destino dándole la vuelta a todo lo que se podía esperar de ellos según sus condiciones personales, pero sobre todo a su situación social como parias en el Imperio Británico. Los soldados descartados se convierten en jefes guerreros y los indigentes en reyes de muchas tribus. El fracaso lamentable al final de la aventura no puede dejar olvidar que en efecto lograron su cometido por un corto tiempo. Los delincuentes de poca monta se hicieron adorar y servir por una muchedumbre de hombres fuertes y guerreros. Su triste final no es diferente al de muchos otros ambiciosos conquistadores. Lo curioso es que en la película, y en la obra literaria, se insiste en la imposibilidad de la empresa, y sin embargo, con relativa facilidad consiguen alcanzar su objetivo. Si se dice que deberían haber aceptado su mediocre destino con resignación, se olvida que lograron alcanzar sus propósitos contra todo pronóstico. Su éxito es la prueba de que no tenían por qué resignarse a su destino. Cuando se hacen reyes, imparten justicia y resuelven las querellas de los aldeanos atendiendo a la equidad como si de reyes Salomones se tratara. El efecto es cómico, algo así como Sancho Panza gobernando la ínsula Barataria, solo que en este caso el contraste es aún peor, pues Sancho no era un delincuente, a diferencia de Dravot y Carnehan.
La película adapta muy fielmente el cuento del mismo título escrito por Rudyard Kipling. Presenta a dos ex soldados, Carnehan y Dravot, que hartos de vagar por la India colonial dedicados a realizar toda clase de oficios legales e ilegales –dos pícaros, diríamos siguiendo la tradición de la literatura española–, deciden viajar a Kafiristán, zona montañosa al noroccidente de la India, una tierra desconocida, habitada por paganos, con el objetivo de hacerse reyes de aquel país. Los dos aventureros, gracias a la determinación, la astucia y sobre todo a la suerte, consiguen dominar a las tribus y convertirse en reyes. Lástima que el exceso de orgullo y de ambición los hiciera caer en desgracia antes de poder escapar. Dravot fue asesinado, y Carnehan fue torturado y dejado libre para morir en la India después de relatar su historia a un periodista, que es quien nos narra los hechos.
Los nativos son presentados como ignorantes, torpes y supersticiosos, y las autoridades británicas no son criticadas de modo directo ni una sola vez. El par de aventureros se creen con derecho a civilizar a los nativos de Kafiristán, sin embargo, aprecian la belleza de sus mujeres, solo que sería necesario hervirlas para sacarles todo su potencial. Como se ve, no son las virtudes éticas de los personajes lo que los hace atractivos y entrañables.
La obra de Kipling es notable por muchas razones, como la capacidad de síntesis, que le permite dibujar con claridad, en unas cuantas líneas, una cultura exótica del centro de Asia –ficticia, por supuesto–, o presentar en uno o dos párrafos el modo como se producían los periódicos en la India británica (el narrador es un periodista de un diario de provincia en el norte de la India); también se podría señalar el cambio de voz narrativa, que pasa de la voz formal y un tanto pedante del narrador principal, a la voz de demente llena de expresiones dialectales del desventurado Carnehan. En el caso de la película de Huston, quizás lo más destacable es el tono íntimo de la narración a pesar de su espectacularidad. Los personajes principales y sus locas conversaciones están siempre en el centro de la narración, dejando lo espectacular de la guerra y los paisajes exóticos para ciertos momentos muy significativos, quiero decir que no se abusa de la grandilocuencia estilo Hollywood, sino que la comedia, y a veces el drama, están soportados por los protagonistas; de ahí que sea una película más de personajes que de escenarios.
Porque, a pesar de las apariencias, tanto la película como la obra literaria en que se basa, plantean un problema humano que va mucho más allá de cualquier ficcionalizado Imperio Británico o cualquier excursión por los caminos de algún paisaje oriental de cartón paja. El tema se podría resumir de un modo un tanto cursi: los sueños se deben perseguir a toda costa, o es mejor aceptar la realidad de la existencia y adaptarse a ella. Dicho así, parece el título de un video de autoayuda de youtube. Sin embargo, la acción, el humor y la aventura del relato de Kipling, y de la película de Huston, sirven para presentar de manera simpática y a la vez profunda un problema tremendo de la existencia humana.