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Alicia en el país del rocanrol

How to Build a Girl (Coky Giedroyc, 2020)

No tiene nada de malo que una película se desarrolle de acuerdo a un esquema fijo. Es más, según algunos, todas las historias son solo variaciones infinitas de una serie finita de modelos narrativos. Por ejemplo, las historias que tienen la forma de un viaje, o las narraciones donde un personaje llega a salvar una comunidad trastornada, y así otros moldes por el estilo. Sin necesidad de disquisiciones teóricas, que no estoy en capacidad de hacer, se puede decir que casi siempre es fácil ver el molde narrativo de una película o de un libro, aunque no se pueda precisar de modo riguroso. Así, en el caso de How to Build a Girl, es fácil decir que comparte esquema narrativo con películas como El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada, David Frankel, 2006) o, para no ir más lejos, con la exitosa telenovela Yo soy Betty, la fea (Fernando Gaitán, 1999). El molde es claro: joven mujer, no muy agraciada, logra hacerse respetar por su talento en un medio social superior al suyo, donde además la apariencia es decisiva para triunfar profesionalmente. El éxito, que parecía el tesoro principal, resulta ser un señuelo para caer en la degradación moral, de la que la protagonista se salva apreciando sus orígenes humildes, que al final se convierten en una ventaja,  pero sin renunciar a lo ganado en la lucha por el ascenso social, dentro de lo cual, casi siempre, se incluye un amorcito.

Sin embargo, How to Build a Girl se diferencia de otras obras similares en que no hay verdadera lucha de la protagonista para llegar a su objetivo. En este aspecto se parece a Alicia en el país de las maravillas, pues el cambio de vida es súbito y casi absoluto, en el orden económico, de las relaciones interpersonales -incluido el sexo-, y hasta en el nombre. Se agradece, eso sí, que el cambio en la apariencia física se redujera al traje y al peinado, y no incluyera adelgazamiento ni cirugías.

Ahora bien, no es del todo aparatoso el viraje fantástico de la vida de la colegiala. Ya desde el comienzo la vemos hablar con un santoral de figuras de la literatura, la filosofía y la farándula, que incluye a Freud, Marx, Sylvia Plath, Elizabeth Taylor y hasta a Cleopatra. Las fotos hablan desde sus marcos con la chica, y resultan ser sus únicos amigos. De ahí que cuando consigue el éxito como crítica en un tabloide musical de los noventa en Londres, las figuras retornan a su mudez. La fantasía existía desde antes de entrar por el agujero del conejo a un mundo musical y periodístico, que ya no es posible revivir ni en la más loca de las ensoñaciones, pues internet transformó por entero la industria  de la música y el periodismo, incluido el de espectáculos.

Por tener esta vida llena de imaginación es que no es extraño el modo abrupto como la pobre proletaria se transforma en referente crítico y en reina de la noche de la bohemia pop del Londres de fines del siglo XX. Lo que si se echa en falta es que las condiciones de vida en un barrio pobre de una ciudad de provincias no se sientan más auténticas. La miseria suburbana se queda en lo pintoresco, sin que se palpe la amargura tan característica de las clases bajas en los países ricos. No digo que la película se hiciera según el modo de Ken Loach. Se trata de una obra muy lejana al realismo crítico, de gran tradición en el cine británico. Pero el problema es que el juego excesivo con la fantasía hace que la película se acerque a algo así como una producción de Disney o Nickelodeon, solo que un tanto pasada de tono -aunque no mucho-, en lo que a sexo, drogas y rocanrol se refiere.

Con todo, la película se ve con cierto gusto por la calidad de las actuaciones, pero sobre todo por los chistes que no faltan en casi cualquier producción británica. Por ejemplo, en un momento la muchacha dice que solo piensa en morirse, y la foto de Sylvia Plath le contesta que le puede dar ideas sobre cómo hacerlo. O está el comentario cuando tienen que vender o empeñar el televisor, y la chica afirma que es una tragedia comparable para su familia a la muerte de Beth en Mujercitas, la novela de Louisa May Alcott (adaptada de nuevo al cine recientemente). Si se le saca partido a estos momentos de humor agrio, se puede olvidar por un instante el cursi mensaje de superación personal que la protagonista declara directamente a la cámara para terminar la película.

Publicado por EL BLOG DE MAGÍN GARCÍA

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