Temple de acero (Valor de ley, True Grit, Joel y Ethan Coen, 2010)
Western sobre un peregrinaje violento en busca de venganza con una protagonista adolescente.
La niña sale al camino en busca de justicia. Peligros de toda clase la asechan, pero cuenta con la ayuda de su guía y mentor. La pareja es en realidad un único ser, donde la chica es el alma y el viejo pistolero es el cuerpo. Ella tiene la conciencia tranquila y sus principios intactos, por lo mismo no duda ni un segundo de la justicia de su causa: quiere llevar al asesino de su padre ante la ley, lo cual significa al patíbulo, o en todo caso quiere que muera. No hay nada que pensar acerca del objetivo, la mente trabaja para resolver los problemas prácticos de la persecución, no se hacen reflexiones morales. El viejo, en cambio, no tiene en cuenta la justicia en ningún caso, le basta con no violar la ley de modo evidente, pero, ante todo, su objetivo es el dinero. Otro pistolero aparece buscando una recompensa. Pero es un lerdo de quien se burla la niña por considerarlo incompetente, aunque más que nada lo desprecia desde su superioridad moral: ella quiere justicia a cualquier precio, él solo busca un premio por pescar a un bandido. Pues bien, esta alma transparente de niña domina con su temple a los rudos machotes, que se convierten en sus ejecutores. Coraje, persistencia, paciencia y quien sabe cuántas otras virtudes se agolpan en el pequeño y débil cuerpo de la jovencita, pero todas sus capacidades se asientan en el absoluto convencimiento de tener razón en su proceder, y esta seguridad le viene dada por su fe. Porque la joven vaquerita no actúa por su propio interés, ella cumple la misión que Dios le encomendó. Aunque Dios solo se mencione una vez al comienzo de la película: “No hay nada gratis, excepto la gracia de Dios”. En esta frase está la esencia de la obra, pues la niña tiene la gracia de Dios de su parte, lo cual es lo mismo que decir que está bendita. De ahí que sea una misión sagrada la que cumple la joven almita y los cuerpos con pistolas que la asisten. Por este motivo el punto de vista es el de la joven, y por tanto, aun los hechos más atroces pasan por su lente de pureza moral y pierden su aspecto infame. Diríamos que son sucesos terribles pero sagrados: sean balazos en el vientre, culebras venenosas o cadáveres colgados. Nada afecta a nuestra heroína, no porque sea insensible, sino porque el plan de Dios no se para en pequeñeces, como un delincuente desangrándose o un indio congelado suspendido de la rama de un árbol. La gracia divina que llena a la protagonista se ve en los cálidos colores de la fotografía y en el ritmo tranquilo pero constante de la narración. Tanto que por momentos uno creyera estar viendo un episodio de La familia Ingalls (La casa de la pradera, Little House in the Praire), solo que con más balazos y más muertos.
Temple de acero es una muy buena película, que se ve con agrado y por momentos con entusiasmo, pero es un tanto confuso su contenido ideológico. Para decirlo rápidamente, yo entiendo el “mensaje” de la historia más o menos así: nadie sabe las cosas terribles de que es capaz una conciencia tranquila que cumple la voluntad de Dios. Aunque dudo que esa sea la intención de los realizadores. Supongo que será más bien un homenaje a la determinación y a la fe inquebrantable que hacen que las personas trabajen en equipo para lograr un objetivo que parece imposible. No lo sé, a mí me parece confuso. Me quedo con las escenas de la travesía por terreno salvaje, que recuerda un poco a Dead Man (1995) de Jim Jarmusch, aunque en este caso el protagonista no parecía tener a Dios de su lado.