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El morboso encanto de la infancia

La forma del agua (The Shape of Water, Guillermo del Toro, 2017)

Imaginen que en una de las películas de Harry Potter apareciera algún personaje bañándose desnudo. O digamos que uno de los adolescentes se masturbara en escena, o al menos se hablara de ello. No creo que la trama cambiaría mucho, porque al fin y al cabo se trata de adolescentes que se masturban, como todos, aunque tengan poderes mágicos, y quizás también se bañen a pesar de ser europeos. El punto es que lo único que cambiaría en las películas sería la clasificación, es decir, la marca que indica que la cinta es para todos los públicos, o solo para mayores de dieciséis o dieciocho años. Tal clasificación influye en la taquilla, pues las películas más exitosas son las que pueden ser vistas por niños. Así que si Harry o Hermione se hubieran masturbado, aun sin imágenes gráficas, los menores hubieran tenido que esperar años para ver la saga, al menos en un cine, y eso aunque todo lo demás fuera exactamente igual.

La forma del agua es una película infantil con un par de desnudos y algo de violencia sangrienta. Solo por eso no fue clasificada como apta para todos los públicos. La película tuvo mucho éxito, pero se puede especular si la taquilla no hubiera sido aún mayor si hubieran eliminado un par de tomas y quizás modificado el montaje en algún otro punto específico. Pero, en realidad, el objetivo de los realizadores era hacer una película infantil para adultos. Se dice que estas películas de argumento fantástico para público mayor se enfocan en explotar la nostalgia de la infancia en la audiencia. Los vejetes se sienten niños de nuevo viendo monstruos y magos, sin el inconveniente de cuidar un mocoso chillón, que no puede entrar a la sala gracias a una conveniente escenita con un par de senos o de nalgas. Pero creo que no solo la nostalgia es el gancho. Algo más profundo atrae a los espectadores de treinta, cuarenta y ochenta a cuentos sobre hadas y gnomos hechos para niños menores de diez. La idea es ver tratados problemas muy difíciles de un modo simplista, como para un niño. Asuntos complejos, no solo a nivel conceptual, sino en la vida práctica, como el racismo, la homofobia, la pobreza, la guerra, la vejez, y muchos otros, son presentados en el formato de un cuento ilustrado para uso de la docente del jardín de infantes. Problemas que en la realidad son muy difíciles se plantean de manera sencilla, en historias de buenos y malos absolutos, donde no falta la resolución mágica de los conflictos.

Pero no son solo los temas los que son tratados de modo simple. La película toma referencias de varios géneros populares, pero no los aprovecha a fondo. Así se explica que la trama de espías sea tan insulsa, que las escenas de acción carezcan de ritmo, además de ser muy inverosímiles, y que los cuadros de costumbrismo familiar gringo no aporten casi nada. Lo único que funciona es el diseño de producción, sobre todo en lo que se refiere al monstruo, que es sin duda la criatura más bonita de la historia del cine, superando incluso a las figuras de El laberinto del fauno y Hellboy, también de Guillermo del Toro. Pero en este punto me parece que nos quedan debiendo la historia de la bestia misteriosa: su origen, su ambiente, su captura por el malvado humano. Así que aun el género de monstruos acuáticos tampoco está bien tratado del todo.

Quizás algunos encontrarán muy tierna la historia de amor entre una limpiadora discapacitada y un monstruo muy bonito. Pero a mí me parece más bien una fantasía sexual estrambótica: una empleada del servicio, muda y sin familia, se convierte por arte de magia en la improbable Sugar Momma de un ser sobrenatural. Ni siquiera tiene que gastar mucho, pues con huevos y sal logra seducir al bicho. No hay un desarrollo de ninguna historia de amor. Lo que hay es la increíble suerte del deseo satisfecho de modo inmediato e inesperado. Cuando la pobre empleada logra rescatar a su bestia, se apresura a gozar de su presa con la misma impaciencia de un niño a quien le regalan un juguete. No puede esperar a destruir la caja, ajustarle las pilas y disfrutar de su muñeco, porque el tal monstruo es, al fin y al cabo, un muñeco. Aunque el chiste en la época del estreno decía que el título en España de la película era “¡Hostias, follé con un monstruo!”, no creo que se consume una relación zoofílica. Se trata de algo raro, pero  mucho menos extremo, pues el monstruo es en verdad un muñeco sexual enorme y que alumbra, además de que no habla, que viene a ser lo mejor.

Pero todo esto, que se puede ver como defecto, es en realidad la marca distintiva de la obra. La simpleza e incluso la torpeza del guion, y de algunas opciones de la realización, son las propias de los productos dirigidos a niños. Con tal de que los muñecos sean bonitos y el final no sea triste, el resto es irrelevante. Vista así, La forma del agua es una muy buena película del género “infantil para adultos”.

Publicado por EL BLOG DE MAGÍN GARCÍA

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