La tierra y la sombra (César Augusto Acevedo, 2015)
La mejor escena de la película es un sueño. El abuelo pasa una de tantas malas noches en casa de su antigua mujer, su hijo enfermo, su nuera y el nieto a quien acaba de conocer. Se levanta y camina a la otra habitación y encuentra un caballo. La escena continúa en un magnífico plano secuencia. Es el mejor momento desde todos los puntos de vista, incluido el técnico, por el movimiento de cámara y la coreografía del actor y del caballo. Pero aunque este sea el único sueño de todo el metraje, en verdad, toda la película es un sueño. Es evidente que la atmósfera de la casa es onírica. Un claro en medio de un cañaduzal interminable a la sombra de un árbol descomunal. Por eso una historia tan dramática y tan real se siente tan lejana, como si sucediera, no en otro país, sino en otro mundo, donde las reglas son distintas a las del mundo nuestro de cada día.
Del mismo modo que existe el humor involuntario, en La tierra y la sombra ocurre un caso de fantasía involuntaria. Parece que la historia sucediera en el mundo real, en la Colombia del siglo XXI, pero es evidente que transcurre en un extraño universo paralelo. En este universo no hay televisores ni radios ni celulares, la familia pelea en voz baja cuando está en casa, y en las cantinas se oyen bambucos en vez de guascas. Para no mencionar que el niño es probablemente el ser humano más educadito que haya existido en todo el Valle del Cauca, tanto que ni siquiera hace un berrinche para que le regalen una PlayStation, y prefiere, para divertirse, elevar una cometa con el abuelito.
Pero este mundo imaginario podría haber funcionado como una fábula sobre la expulsión del paraíso por las fuerzas de la historia, con la casa familiar como símbolo de la armonía entre los seres humanos, y entre ellos y la naturaleza, un mundo donde nadie ve telenovelas turcas ni tira la basura al lado de la carretera. Digo que hubiera, quizás, funcionado bien, si la abuela y la madre del niño no tuvieran que ir a trabajar cortando caña para unos explotadores, que ni siquiera le ayudan a un antiguo trabajador que perdió la salud tragando humo de las quemas de los cañaduzales. Los obreros se quejan de su situación inútilmente y el onirismo se hace imposible. Los trabajadores son maltratados y los hacendados acaparan tierras para expandir el monocultivo de caña. Las micro-huelgas de los corteros sudorosos son cosa de otra película, así como los deprimentes viajes en bus entre el tajo y la vivienda. Con el inconveniente de que estas secuencias se construyen con los mismos planos largos y el ritmo parsimonioso de los movimientos de cámara y personajes de las escenas familiares. El conflicto pierde vivacidad, y hace que todo parezca abstracto, aunque los actores hablen con su propio acento y el vestuario y el maquillaje sean realmente excelentes. Pero se trata de otra película que lucha por meterse en la principal, la que sucede en un universo de sentimientos sencillos y de pasiones fuertes, donde no se dicen palabras que no sean esenciales, y donde la tierra no es una mercancía o un recurso para explotar, sino una sustancia maravillosa que cura las heridas del alma y del cuerpo. Literalmente, un puñado tierra sana una mano cortada por una hoja de caña.
Quizás, si el sueño y la realidad hubieran estado separados, la película se sentiría más auténtica y sus ideas serían más contundentes. El trabajo, la pobreza y la enfermedad tendrían su propio ritmo y su propio color, que incluiría la luz fría y azulada de las pantallas de los televisores, y no solo la cálida luz del sol que se filtra por las rendijas de las ventanas; mientras que los sueños, los recuerdos y las alucinaciones ocuparían un sitio aparte, comunicado con el resto, pero con reglas propias.
El dominio de los medios cinematográficos en esta producción permite pensar en un resultado más satisfactorio, aun contando con los mismos elementos temáticos y narrativos. La magnífica escena del sueño, con el caballo galopando por entre la caña, es un ejemplo del nivel que podría haber tenido toda la película.