Mean Streets (Martin Scorsese, 1973)
Mean Streets presenta dos estilos diferentes y casi opuestos. Por un lado, el tono documental de las escenas callejeras y de la cotidianidad barrial de Little Italy en Nueva York, con secuencias que parecen filmadas para hacer parte de un reportaje. Y por otro lado, escenas estilizadas, con tomas cuidadosamente encuadradas y movimientos de cámara complicados, todo lleno de una iluminación expresionista, en general marcada por un tono rojizo. Lo mismo sucede con la música, que en algunas escenas compite en protagonismo con las imágenes, por su sonido vibrante y hasta estridente –se trata de rock y blues en su mayoría-, mientras que en otros momentos la banda sonora son los ruidos de la ciudad o la apagada canción que suena en un radio, cuando no es el silencio que le deja todo el protagonismo a los diálogos.
Estos contrastes señalan dos momentos de la trayectoria del personaje protagonista, que se mueve entre la vulgaridad de su cotidianidad y la vida imaginaria a la que aspira. Por un lado, es un muchacho de barrio que trata de encontrar su camino en medio de una gran confusión. Por otra parte, es un aspirante a mafioso que se da aires de gran “capo” con sus amigos del bar. Viste como un señor, siempre con corbata, y se ocupa de sus asuntos fingiendo varonil desparpajo. Sus compañeros siguen más o menos el mismo patrón, con la excepción de Johny Boy (Robert De Niro), un desequilibrado que no respeta las reglas no escritas del código callejero, aunque vive inmerso en el barrio, a pesar de su condición un tanto marginal. Charlie (Harvey Keitel) (el protagonista), además de sus delirios gansteriles, carga con una conciencia religiosa torturada que lo obliga a hacer el papel de redentor de sus semejantes, o al menos intentar ser un san Francisco de esquina, que se compadece de las desgracias del projimo, en vez de dejarse llevar por el cinismo de su entorno. Pero no le va mejor como santo que como mafioso. En las escenas de la iglesia, habla con Cristo y le expresa su drama íntimo, en unas tomas extrañamente artificiales, que parecen sacar al personaje de la realidad. Pero luego todo termina en unas grotescas peleas y balaceras. En realidad, Charlie lo único que hace es hablar, pues casi siempre es incapaz de actuar. Su inutilidad es síntoma de su desconexión con la realidad.
Sin embargo, es importante decir que la película no se burla del personaje. La incongruencia de su existencia es observada de un modo comprensivo, sin exaltarlo, pero sin convertirlo en un caso patológico o en una marioneta ridícula. Al fin y al cabo tanto Charlie como los demás, incluida su novia (único personaje femenino) son seres humanos que tratan de hacer algo con sus vidas tomando como material lo que les ofrecen las calles en que han crecido, y entre otras cosas, es claro que juegan un papel importante la familia, la lealtad mafiosa y el catolicismo. Se puede intentar dejar todo atrás y empezar de nuevo, como trata de hacer la joven amante de Charlie, pero es muy difícil. Los otros personajes se adaptan como pueden, aunque sin lograr el éxito, como el fracasado delincuente que se viste y actúa como un mafioso de El Padrino, aunque todo le sale mal. O caer en la locura desesperada de Johny, que no puede terminar bien de ningún modo. Y está la opción religiosa de Charlie, que resulta ser la más extraña, y que tampoco soluciona nada.
El final sangriento coincide con una celebración popular donde los parroquianos cantan tonadas folklóricas. El horror y el pintoresquismo superpuestos. La fuerza poética de la película de Scorsese se podría entender haciendo un símil con una de esas estampas religiosas donde junto a los ángeles y los santos se arrastran multitudes de pecadores miserables esperando su juicio. El efecto humorístico a la vez que repugnante de estos cuadritos es similar al que produce Mean Streets. La brillantez visual y sonora junto a las más ásperas y vulgares imágenes de la ciudad no permiten que el espectador saque conclusiones fáciles respecto al conflicto vital de los personajes, conflicto que va mucho más allá de las pandillas de Little Italy en los setenta.