Retablo (Álvaro Delgado Aparicio, 2017)
La primera acepción de la palabra «retablo» en el diccionario de la Real Academia es «Conjunto o colección de figuras pintadas o de talla, que representan en serie una historia o suceso».
El retablo del que hablamos no tiene figuras pintadas o de talla, pero si es verdad que se representa una historia o suceso en serie. Cada escena de la película es un cuadro donde aparecen figuras pintorescas. Las escenas representan la historia de un joven aprendiz de artesano y sus padres en el escenario idílico de los Andes peruanos. Se ven ahí pintadas las altísimas mesetas donde viven los campesinos hablantes de quechua, las casitas de barro, los vallados de piedra, los caminos polvorientos, los maizales y los sembrados de papa. También se ven las concurridas calles de la ciudad de Ayacucho, con sus coloridos mercados. En otro momento se puede apreciar una fiesta popular llena de disfraces grotescos y bailes típicos.
No tiene caso seguir con la enumeración de cosas representadas en este retablo, pues sería interminable la lista. Lo importante es que nos encontramos frente a una especie de cuento popular lleno de personajes y situaciones reconocibles. Es probable que todos hayamos visto láminas con escenas similares colgadas en cualquier pared de la casa de un familiar anciano. No solo es característico el tema sino la forma: las figuras dispuestas de modo simétrico, a veces con el protagonista en el centro, con un cacho de cielo en el fondo que se ve a través de una ventanita. Los colores ocres de la tierra, el verde del pasto, los interiores apenas iluminados, como pinturas barrocas y, en contraste, los trajes coloridos, el fuego y las figuritas chillonas de los retablos.
Ahora bien, lo extraño de Retablo es que desde el comienzo el pintoresquismo bucólico o grotesco va quedando en segundo plano. Un dramatismo creciente invade cada escena. Puede que por momentos el cuadro parezca estático, pero siempre está emanando una energía inquietante. Es una estructura de múltiples capas en cada secuencia. Por ejemplo, vemos la reunión de una familia adinerada con mucho trago, comida y gente emperifollada hasta lo ridículo. El escultor y su hijo son recibidos con cierta consideración por la evidente simpatía de todos por el humilde artista. Pero luego se siente la tensión entre los ricos parranderos y el artesano y su hijo, que van a entregarles el retablo a la fiesta. Además está el malestar del joven con el comportamiento desvergonzado de su padre borracho. Se revela en este cuadrito una tensión social y personal que nunca se hace explícita en palabras por los personajes. Claro que a medida que avanza la película crece el conflicto y hay escenas decididamente violentas, pero permanece la estructura cuidada de las imágenes y la sutileza de los movimientos de cámara. Porque, aunque es una historia muy humana, jamás pierde su carácter ideal, como una parábola bíblica o una fábula. Si fuera un relato costumbrista o realista tendría que abandonar el marco rígido del retablo para reflejar con más exactitud el alboroto de la vida cotidiana. En la película se plantea, más que una anécdota o caso tomado del natural, una especie de drama de trayectoria ideal: un joven cae en un pozo de dudas y de odio cuando descubre que su padre, no solo bebe más de la cuenta, sino que tiene relaciones homosexuales. La situación escala a tal punto que la familia es destruida por la crueldad de la presión social. Al final, el joven descubre en el arte una forma de reconciliarse con su padre y con el mundo. No es una historia realista, es una parábola de salvación. Como en las vidas de santos representados en los retablos, que alcanzan la gloria después de pelear con dragones o de arder en la hoguera, el protagonista se levanta del pozo de rencor y de dolor en que había caído. Por eso al final cierra las puertas del retablo y da fin a la película. Curiosamente, es la rigidez pictórica de la puesta en escena la que le quita el aspecto de narración folklórica de interés etnográfico. No hay intención documental de ningún tipo, pero tampoco es un cuento fantástico. Sobre un fondo real se construye una fábula ideal de muerte y resurrección. La forma rígida y pintoresca del retablo logra que la historia supere el aspecto local y provinciano. Por eso vemos un drama terriblemente humano donde los protagonistas son graciosos muñequitos. De ahí que, una obra hablada en su mayor parte en quechua en la sierra peruana, pueda ser entendida más allá de cualquier interés por una cultura específica. El distanciamiento producido por la estética pintoresca de Retablo hace posible la presentación de un conflicto universal a partir de referentes visuales y lingüísticos de una cultura regional.