Pocos son ajedrecistas, pero todos somos moralistas. Es muy fácil asumir una posición moralista ante cualquier realidad, pues el conocimiento del bien y del mal nos viene desde la época de Adán y Eva y su problemita con el arbolito y la serpiente. Podremos equivocarnos, pero siempre tendremos algo para decir. Cosa muy distinta es hablar de astrofísica o de reparación de electrodomésticos desde un punto de vista científico o técnico. De ahí la tentación, tan difícil de resistir, de darle un formato moral a cualquier situación. Es la ley del menor esfuerzo. Este mismo texto es un ejemplo de lo fácil que es el moralismo… y sobre todo lo inútil.