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El macho y el problema de la imaginación

Tener una imagen del mundo y de sí mismo es propio de los seres humanos. Tenemos ideas como tenemos órganos, y de estos como de aquellos no podemos prescindir si queremos seguir vivos, sobre todo para actuar con alguna soltura en el mundo. Es como si dijéramos que un pobre ser, además de cargar con el peso acumulado a lo largo de los años de sus propias carnes, tiene que echarse al hombro las ideas que sobre él y todo lo demás se ha formado en el transcurso de su vida. De este fardo de fantasías va sacando lo que necesita para sostenerse en la existencia, como si fuera un almacén de provisiones o un arsenal. Aunque no todo lo que guarda sea útil y quizás en algún momento de desespero desearía tirar a la basura más de una idea que no sirve, pero sí estorba. Pero todo, lo bueno y lo defectuoso, pesa enormemente, y no hay manera de liberarse de la carga imaginaria, pues es un esqueleto y una musculatura tan necesarias como las del cuerpo.

La importancia de la imaginación en la existencia se puede ver con evidencia en las relaciones interpersonales. Tener fantasías en común es lo que une a los hombres a un nivel íntimo. Dos individuos pueden estar cerca día y noche, y aun compartir intereses y, sin embargo, carecer de verdaderos lazos de unión. Si dos son aficionados al futbol con igual pasión, lo cual quiere decir que se imaginan que su vida depende del resultado de un partido, estarán unidos por una cadena fortísima hecha de las comunes ilusiones. En cambio, puede que dos miembros de una familia se hayan criado juntos y, sin embargo, sostener una relación meramente oficial, unidos por intereses, podría decirse, únicamente políticos: sentido de la responsabilidad, agradecimiento o, en última instancia, la necesidad económica.

Por otra parte, las más grandes enemistades se generan por efecto de la inoportuna imaginación de agravios recibidos. Los problemas reales son más susceptibles de resolverse apelando a la razón, o simplemente por la acción sanadora del tiempo. Pero el insulto producto de la fantasía del agraviado se niega a borrarse de la mente, precisamente por ser obra del propio ofendido. Cuida y cultiva la maldad que cree haber padecido como si fuera una planta de su jardín.

En verdad, se podría decir mucho de los efectos de la imaginación en la vida, buenos y malos. Se dice, por ejemplo, que la imaginación es la base de la actividad literaria, lo que hace que algunos poetas vivan en otro mundo, alejados de la realidad. Es posible que tal cosa sea una leyenda, probablemente alentada por algunos poetas. Quizás no sea cierto que la principal cualidad de los poetas es una imaginación poderosa. La poesía es una actividad que tiene una dimensión técnica, digamos que artesanal, muy importante, además de un componente de estudio y lectura, que hace que la imaginación sea más bien un insumo, entre otros, para la producción literaria. Pero este es un tema complicado. Mejor dejarlo de lado y observar un tipo humano en el que la imaginación sí es predominante, sí es el elemento central. Este espécimen, esclavo de su fantasía, es el macho. Y esto aun en los aspectos más cotidianos de su existencia.

Ninguna ley escrita en un código le dice al macho que él es el guardián de las mujeres de su entorno, o incluso de todas las mujeres. Pero él vive en la fantasía de ser inspector de las hembras, y cree que la naturaleza le ha dado esta misión, lo mismo que le dio testículos y barba. La actitud agresiva y controladora de los machos con las mujeres no se debe a que sean misóginos. No es el odio lo que los mueve. La verdadera razón está en que han cosido para sí un traje de héroe protector, tan pegado al propio cuerpo que es casi una piel. Este papel de defensor es tan importante que supera incluso al deseo sexual. Quizás el macho sea en realidad más bien frío, y en todo caso su comportamiento posesivo incluye también a hombres, por ejemplo sus propios padres. Quizás no se ve a sí mismo como una figura violenta, como un gendarme o un soldado. Es probable que su autoimagen sea la de un ángel guardián, con sus alas blancas y tez sonrosada.

Pero no solo el papel de guardia perpetuo y obsesivo mantiene ocupada la mente del macho. El macho es también un competidor, que ve un retador en cuantas personas se encuentra. Todos serán sus enemigos. La vida es un brumoso campo de batalla donde solo logra ver las lanzas amenazantes sin ningún rostro humano detrás. Parece un despropósito hablar en términos épicos o legendarios acerca de un tipo tan vulgar como el macho, pero es en este mundo de figurones fantásticos, lleno de ángeles y guerreros donde vive en verdad el pobre hombre.

Estas imágenes que crea en su mente son lo más preciado para él. Siempre que encontremos un macho lo veremos amar u odiar con furor ciertas cosas. En principio juzgaríamos que los objetos de sus sentimientos son realidades. Nada de esto. El macho gasta su caudal sentimental en puras creaciones de su fantasía. Tal vez todo el problema del machismo sea una enfermedad de la imaginación. Una especie de relación poco higiénica con ciertas creaciones de la mente. Puede que tales absurdos fantásticos sean inevitables, pues son fabricados por el cerebro machista con materiales extraídos del medio social, pero al menos pueden ponerse a una respetable distancia que permita verlos separados de los objetos reales. De ahí que sea la disciplina realista la única que puede salvar al macho. El combate al machismo no debe darse en el terreno moral sino en el filosófico. Si pudiera tomar conciencia de los límites de su cuerpo, por ejemplo de sus limitadas capacidades físicas e intelectuales, se detendría un momento antes de asumir como ciertas las creaciones de su mente machista. En últimas, la situación del macho y de su salvación es un problema ontológico: qué es y qué no es.

Publicado por EL BLOG DE MAGÍN GARCÍA

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