El hombre duplicado (Enemy, Denis Villeneuve, 2013)
El título en español de esta película es engañoso. Un espectador crédulo podría imaginar que se trata de una historia sobre la clonación o cualquier rollo parecido de ciencia ficción. El título original, Enemy (enemigo), podría hacer pensar en una cinta de acción, como por ejemplo la famosa Contra/Cara (Face/Off, John Woo, 1997) con John Travolta y Nicolas Cage, intercambiando rostros y roles, además de muchos balazos. Pero nada de esto, El hombre duplicado más que la emoción de las peleas o el impacto del futurismo cientificista, lo que propone es un reto para aficionados a resolver enigmas. La película protagonizada por Jake Gyllenhaal pertenece a un género que podría denominarse drama filosófico. Algo que define este tipo de obras es que los personajes carecen de individualidad y son más bien fichas en un juego. Los protagonistas de El hombre duplicado son parientes del “gato de Schrödinger” y del “asno de Buridán”. Están más cerca de las figuras geométricas y del número π que de seres de carne y hueso, y aún de personajes ficticios como Ulises o Don Quijote. Del mismo modo que no nos interesa saber de qué color era el gato del experimento, tampoco es relevante la historia personal o la barba del protagonista de la cinta de Villeneuve. No es importante, aunque se mencionen la barba y otras partes del cuerpo de los personajes, porque estos supuestos seres humanos no son más que miembros en el planteamiento de una complicada ecuación filosófica que, al parecer, el público debe resolver. De ahí que resulte contradictorio que la puesta en escena sea tan llamativa estéticamente, porque la seducción visual hace perder el hilo del enredo metafísico planteado.
La ciudad de Toronto es fotografiada como una pulcra, aunque desapacible mole de concreto, sin las típicas casitas de suburbio norteamericano con jardín y porche. Solo bloques de cemento y vidrio que transmiten una frialdad aterradora, donde, curiosamente, habitan seres humanos muy atractivos y bastante candentes. Este contraste entre la sordidez del escenario y la belleza de las figuras humanas produce la extraña sensación de estar viendo un comercial de perfume. Como es sabido, un truco muy socorrido en ciertas producciones publicitarias consiste en hacer posar a modelos despampanantes con poca ropa en medio de fábricas ruinosas o bodegas vacías. Suena extraño, pero los hierros oxidados y las paredes con humedades combinan con los senos turgentes y los tacones de veinte centímetros. En resumen, los gatos y los asnos de este experimento mental titulado El hombre duplicado parecen los protagonistas de una telenovela turca o de un comercial de Dolce & Gabbana.
Quizás se trate de una película de doble propósito, como ciertas razas de ganado. Por un lado, busca que el espectador se satisfaga mientras resuelve el intrincado acertijo del pobre señor que se encuentra a otro exactamente igual a él, pero no tan buena gente, con todos los problemas lógicos y sicológicos que se crean; mientras que, por otro lado, el público puede deleitarse con el más humilde placer de contemplar a gente bonita y sensual, con cuerpos bastante “normativos”, como se dice hoy en día, que a veces se ponen cariñosos, aunque se incluye el fetiche de la embarazada, que puede que no sea del agrado de algunas personas. De ahí que se logren dos objetivos, de una parte, se promueve la masturbación propiamente dicha, a partir de la gracia natural de los actores, pero además se busca que el espectador se restriegue el cerebro resolviendo el rompecabezas de la trama, con sus giros inesperados y sus imágenes extrañas, lo cual equivale a lo que vulgarmente se llama masturbación mental. Así que probablemente el nombre del género al que pertenece El hombre duplicado no sea el de drama filosófico, sino más bien porno metafísico.