The Batman, Avengers, Justice League, Morbius…
Dicen que los espectáculos en la antigüedad tenían un carácter religioso. La gente veía las actuaciones cómicas o trágicas como parte de una festividad sacra, no solo como pasatiempo. En la actualidad es difícil pensar en religión y entretenimiento al mismo tiempo, o por lo menos no es lo más habitual. Las celebraciones religiosas son obligaciones más o menos penosas, no muy excitantes y casi siempre aburridas. Hay que mantener en presencia de los ritos una actitud seria y reservada, como la que se tiene en los velorios cuando el muerto no es muy cercano. Hay que mantener las formas para no molestar a los deudos y no quedar como un tarado. En cualquier caso, la asistencia a celebraciones religiosas públicas hoy en día no se parece en nada a una fiesta. Es más, tiene más relación con asistir a clase o cumplir una jornada laboral. Se trata de un deber social, algo que representa un sacrificio, aunque sea por nuestro propio bien, pero que no produce un entusiasmo auténtico.
La asistencia a películas de superhéroes es una especie de melancólico rito que se cumple para compartir con el prójimo, con el objetivo de no quedarse relegado en las conversaciones y no sufrir el escarnio de ser “el único que no se ha visto…”. De ahí que sea común el aire irónico que adoptan algunos espectadores respecto a las películas basadas en cómics. Se dan el lujo de no tomarse en serio los dramas de los enmascarados y de hacer chistes, a veces groseros, respecto a la superproducción que llevaban meses o años esperando. Es la misma actitud extraña de quien nunca falta a misa, pero afirma que en el templo no hace otra cosa que luchar contra el sueño, y se complace en hablar de lo desafinado que es el cura cuando canta.
Tal vez sí existan quienes de verdad acuden con entusiasmo y fervor a ver los héroes de Marvel o DC. Son los alumnos que en serio leen los textos para la clase y hacen resúmenes, o los fieles católicos que conocen a fondo los ritos, se saben los cantos y leen la Biblia. En el caso de las películas, son los lectores de cómics y comentaristas de internet. Sofisticados individuos que quieren ver en pantalla lo que han aprendido en años de paciente vagancia, entregados al coleccionismo y la datofagia. Son como científicos que observan un experimento y cualquier cosa que se salga de sus expectativas es un error. Son un público exigente que evalúa la cinta con aire profesoral, atentos a cada detalle. El problema es que no hay espacio para disfrutar los valores de la obra, más allá de la comparación con algún modelo, sobre todo literario, pero tampoco para la interpretación del sentido de la película de acuerdo a sus propias características. Cualquier búsqueda de sentido está prohibida, pues todas las respuestas están dadas en los legendarios textos sagrados de las historietas.
Así pues, unos van a ver superhéroes como parte de un destartalado ritual de sociabilidad, y otros van como expertos peritos, empeñados en juzgar la fineza de una determinada producción de acuerdo a muy precisos estándares. Los réprobos y los ignorantes no son bienvenidos a la exhibición de una cinta de Marvel o DC.