El hombre del norte (The Northman, Robert Eggers, 2022)
Según dicen, la historia de El hombre del norte se basa en textos medievales escandinavos que también sirvieron de inspiración para el Hamlet de Shakespeare. La trama, en rasgos generales, es la misma, y el protagonista de la cinta de Eggers se llama Amleth, palabreja que, al menos en español, suena casi igual al nombre del personaje del drama isabelino. Hasta se puede ver en escena el cráneo de un bufón, pero no se llama Yorick, sino Heimir. En cualquier caso, que nadie se asuste, o se entusiasme, por las posibles referencias shakespearianas en la película. La relación entre la obra del bardo inglés y la cinta de Robert Eggers es un asunto erudito, que francamente no vendría al caso, si no fuera por la insistencia en este punto entre algunos miembros de la prensa y los comentaristas aficionados de internet. Porque el héroe de la superproducción vikinga no tiene nada de melancólico ni dubitativo, tampoco es aficionado al teatro ni se explaya en largos soliloquios. El príncipe fugitivo y renegado se parece más a la protagonista de la película gore Escupiré sobre tu tumba (I Spit on Your Grave, Meir Zarchi, 1978), que tuvo remakes en los dos mil, con el título en español de Dulce Venganza (Steven R. Monroe, 2010 y 2012), u otra cinta de culto de Wes Craven, La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972), que también tuvo versión en el siglo XXI (Dennis Iliadis, 2009). En realidad, las historias de venganza son incontables, pero estas cintas menores de los setenta del llamado “cine de explotación” (Exploitation Films) vienen a la mente al ver la violencia sanguinolenta de las batallas y asesinatos, y hasta de los partidos de hockey sobre césped.
Dos características distinguen a esta gesta nórdica de las películas sobre violación y revancha de bajo presupuesto: la gran calidad técnica, con enorme cuidado de toda la estética del film, y el hecho de que es imposible identificarse con el protagonista justiciero. Es muy difícil no compartir la ira de la mujer brutalmente agredida y no sentir satisfacción con su meticulosa venganza, aunque den un poco de vergüenza las actuaciones, y la fealdad general de las producciones hagan que brinque el sensor de buen gusto a cada momento. Aquí las motivaciones del protagonista son una especie de pretexto para engranar una brillante colección de ritos mágicos, delirios místicos, combates terribles, duelos a espada y cabalgatas a través de paisajes espectaculares. El destronado príncipe Amleth es un dispositivo que se ocupa de venganzas, así como otros se ocupan de lavar ropa. Aún Terminator, el sicario robótico por excelencia, tiene más encanto humano que el guerrero nórdico. Al menos dice líneas chistosas, como la famosa “hasta la vista, baby”. El rudo mercenario medieval es incapaz de articular nada distinto a frases grandilocuentes donde declara sus tétricas intenciones.
Será que se supone que el héroe y los demás hablan como los personajes de las crónicas y poemas medievales en que se inspira la película. En La bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015) también se usaban expresiones sacadas de textos del siglo XVII en Norteamérica, pero el desamparo de la joven puritana y su familia frente a las fuerzas del Diablo, aunque también frente a la pobreza, no era una referencia literaria o arqueológica.
Este drama vikingo tiene mucho de vikingo y poco de drama. El legendario Ragnar Lodbrok de la serie de History Channel (Michael Hirst, 2013-2020) es mucho más interesante que el príncipe Amleth. Al menos es un animal astuto e irónico. El tal “hombre del norte” se parece más a una piedra que rueda por un barranco: llamativo, atronador, incluso bello, pero, en últimas, intrascendente.