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La tristeza del macho

Un pobre muchacho cabizbajo, de mirada perdida. Dice solo palabras irónicas o directamente ofensivas, a veces misteriosas. Tiene todos los síntomas que se atribuyen a los enamorados desafortunados, a los despechados y a los cornudos. Lo único es que este señor no tiene problemas sentimentales. Ni siquiera aparecen intereses románticos en el panorama. Tampoco es que haya discutido con un pariente o amigo. Por ejemplo, una imprudencia en medio de una conversación llevó a que se enfriara la relación de años que tantas alegrías les trajera. Nada de eso. Él únicamente tiene amigos de ocasión. Son verdaderos amigotes que se usan según la necesidad: rumba, fútbol, trámites… crímenes. En ocasiones el personal amistoso se halla clasificado y separado de acuerdo a su función; por tanto, no se conocen entre ellos, como debe ser con las amantes, según dicen. La pérdida de las gafas o de las llaves es un suceso mucho más grave que el rompimiento de una amistad de este tipo. Tampoco ninguna desgracia inesperada, ‒muerte o enfermedad‒, es el motivo de la tristeza de nuestro hombre.

Si nos atrevemos a preguntarle, y se abre un resquicio en la muralla de su mal genio, descubriremos que su malestar no proviene ni de líos de amores ni de ninguna otra disfunción de las relaciones interpersonales. Lo que verdaderamente tiene acongojado al muchacho es un billetico que le debe un colega. Quizás el tema es más grave. Un negocio que tiene en compañía de un camarada no da los resultados esperados, muy probablemente por su propia torpeza. La situación mundial no ayuda mucho, y los índices de no sé dónde y los precios de no sé qué… Bien es verdad que las cantidades que él maneja no son de las que se mueven en los grandes centros financieros, pero valen un Potosí en su corazón, porque se imagina ser un millonario, un emperador financiero. Se figura en un lejano porvenir, refugiado en una habitación de un hotel de lujo o en una glamurosa casa en la playa. Allá escribe sus memorias. De joven tomo decisiones arriesgadas que no fueron comprendidas por sus contemporáneos. Enfrentó las envidias de los competidores. Sorteó los obstáculos que los gobiernos torpes o criminales le atravesaron en su camino al éxito. También empleados marrulleros, alegando injusticias, lo calumniaron con fiereza. Nada pudo detenerlo. Ya en su vejez, ninguna persona decente se atreve a cuestionarlo. Solo los malvados murmuran a sus espaldas y a veces hasta se atreven a desafiarlo en público. Él responde con altura, y sin perder los estribos, deja callado al resentido agresor.

El macho verdaderamente alcanza su potencial al contacto con el dinero. El egoísmo y el afán de dominio no son vicios en el mundo de los negocios, al contrario, son las máximas virtudes, pues aseguran el triunfo, o al menos proporcionan alguna ventaja en la guerra de pandillas financieras. Los negocios son el campo de acción del machismo. Ocurre que en nuestro tiempo el centro  gravitacional de la existencia es el dinero. Siempre fue muy importante, pero hoy en día es la única realidad que sostiene el engranaje de la vida. Nada es más significativo. Los amores y los odios más intensos en verdad vienen de cuentas, deudas, ganancias y pérdidas. De ahí que los negocios y las empresas sean el terreno predilecto de la imaginación. Las más delirantes ilusiones viven entre hojas y hojas de Excel, así como en reportes bancarios. Ni en los desordenados papeles, escritos con plumas de aves y llenos de tachones, de un poeta romántico, se encontrarían tantos delirios como en los archivos de un empresario, o inclusive de uno que aspira a serlo.

Y es que en el dinero vivimos, nos movemos y existimos. En el caso del macho, el gusto por el metálico está siempre delante y detrás del pobre hombre. Hasta la más insignificante acción de su existencia está determinada por el deseo de conseguir o preservar alguna ventaja. Nunca llamó a nadie solo para charlar. Un propósito estratégico latía detrás de cada llamada y aun de cada mensajito a algún conocido, o hasta a su propia madre. Aplica sin pudor a su vida personal, las doctrinas que Maquiavelo instituyó para los príncipes. ¿Quién, en su sano juicio, se atrevería a cuestionar el proceder cauteloso del macho en su búsqueda de fortuna? Si los motivos fueran de orden sentimental o por el cumplimiento de un deber, más de uno censuraría el comportamiento taimado del hombre. Pero la búsqueda de ganancias no se puede criticar sin caer en el ridículo, o incluso ser considerado injusto.

Si los crímenes más notorios de origen pasional son los cometidos por celos o por envidia, se debe a que los delitos pasionales perpetrados en el mundo de la economía no son considerados tales por la mayoría. Mentir, robar y hasta matar, en determinadas circunstancias, no son conductas perversas si se hacen en medio de tejemanejes financieros, si son movidos por el deseo de triunfo empresarial. Por la consolidación de una explotación, cualquier vileza es permitida. La ley a veces actúa, pero con mucha dificultad. La razón de semejante impunidad está en el tácito apoyo social de que disfruta el bandido económico. Aun si no gustan sus métodos, se valoran sus resultados. Porque nadie rechaza el dinero, aunque haga aspavientos.

El machismo no es causa del afán de acumulación y ganancia, pero sí vive y prospera en el ambiente de los negocios. Si los gestos del macho pueden ser motivo de burla en el contexto de las relaciones de pareja, de amistad o familiares, en los negocios pasan inadvertidos, ya que la ética del dinero es muy similar a la que vive y proclama el macho en toda su existencia.

La tristeza que arrastra el macho tantas veces a lo largo de su vida le viene de su fracaso en los negocios. Casi nadie logra el triunfo en sus empresas. Las lágrimas que no corren por amores ni odios, fluyen a borbotones por las ilusiones perdidas que producen las cuentas bancarias vacías, o no tan llenas como la fantasía recalentada del varón emprendedor se imaginaba.

Publicado por EL BLOG DE MAGÍN GARCÍA

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