Consejo de guerra (‘Breaker’ Morant, Bruce Beresford, 1980)
Calor, polvo, sudor, esto es ‘Breaker’ Morant. También es la historia del consejo de guerra a que fueron sometidos tres soldados australianos, miembros del ejército británico, durante la guerra de los Bóeres (1899-1902) en Sudáfrica. Es, por tanto, una obra que gira alrededor de un juicio, con sus interrogatorios, apelaciones, alegatos, testigos sorpresa, etc.; y también es una película de guerra, es decir, balaceras y vida de cuartel y campamento. Todo muy bien. Las actuaciones excelentes y el drama en el tribunal muy bien llevado, ya que además del suspenso, propone reflexiones muy pertinentes sobre la justicia en tiempos de conflicto armado, sobre la lealtad a los amigos y a la patria y, algo curioso, lo que podría denominarse el lado positivo del machismo. Pero lo que distingue ‘Breaker’ Morant es la sensación de realidad que produce. Aparte de cualquier otra cualidad o defecto, la película cumple con aquello que decía André Bazin del cine, en oposición a la pintura: “Los límites de la pantalla no son, como el vocabulario técnico podría a veces hacer creer, el marco de la imagen, sino una mirilla que solo deja al descubierto una parte de la realidad”. El filme es una mirilla, algo así como una ventana para ver el mundo. Confieso que no entiendo bien esta idea del crítico francés, pero se podría reducir la cosa, y en vez de decir mirilla para ver la realidad, decir, mejor, mirilla para ver una realidad o un mundo. El artificio cinematográfico serviría para hacernos ver con nuestros propios ojos, realidades que de otro modo permanecerían ocultas a nuestros sentidos. Se oyen los pasos de los prisioneros al caminar en la sombría oficina del cuartel y también se siente la incomodidad de los sudorosos mostachos que lucían los señores en aquellos tiempos. ‘Breaker’ Morant logra, de algún modo, escapar del marco acartonado y pomposo del viejo óleo histórico, y eso siempre será un gran logro en una película de época.