Es curioso el modo como nos relacionamos con el cine hoy en día. Se parece en algo a lo que sucede desde hace mucho tiempo con la ópera. Muchas personas conocen arias de melodramas famosos, y hasta puede que las sepan tararear, pero nunca en su vida han visto una ópera completa, así sea en un registro de video. Lo mismo se puede decir de algunas oberturas, o incluso de fragmentos de oberturas, popularizadas por series, películas o comerciales de perfumes. Del mismo modo, hoy en día podemos ver en internet multitud de clips de películas o series famosas. A veces modifican la edición o la música, o agregan efectos visuales. Aunque también ocurre que los fragmentos no son ni siquiera tomados de obras canónicas o muy recordadas, sino que salen de producciones que casi nadie conoce, pero que han conseguido retornar del reino del olvido, en la forma de un segmento de baja calidad que recorre la web, desteñido y mugroso, como una momia que arrastra su podredumbre fílmica por el desierto de las redes. Los highlights de fútbol, es decir, los goles, las gambetas, las faltas, y demás, no parecen que le hagan sombra al espectáculo del balompié, aunque sea el que se ve por televisión, pero esto es porque es un show en vivo, donde la emoción de lo inesperado es el elemento esencial. Pero el cine (incluyendo series, por supuesto), puede verse, y de hecho disfrutarse, reducido a pequeños trozos emocionantes, por lo chistosos o por lo dramáticos, o por motivos estéticos (movimientos de cámara, iluminación, vestuario, etc.). Las películas completas tenderían a convertirse en menjurjes pesados y hostigantes, como lo son las óperas de Verdi o Wagner para tantas personas. El consumo de fragmentos no serviría como promoción y propaganda de las obras, sino más bien como un sustituto. Algo así como las pastillitas alimenticias que comían en las viejas cintas futuristas: “una deliciosa píldora de pollo frito…”.