JOKER: UN DEMONIO EN SU INFIERNO

El Guasón  (Joker, Todd Phillips, 2019)

Pocas películas tan centradas en un solo personaje como Joker. Hasta la cuidada reconstrucción de Ciudad Gótica/Nueva York de comienzos de los ochenta resulta ser un mero telón de fondo para el monólogo del protagonista. La ciudad y sus habitantes se desvanecen en la memoria del espectador, convertidos en un mugroso y plano escenario para la aventura del personaje.

Arthur Fleck sufre la doble marginación de ser pobre y loco. Su sueño es conquistar la aceptación social por medio del éxito en el mundo del espectáculo. Sin embargo, antes de lograr este sueño, se convierte en un anónimo héroe justiciero al matar a unos abusadores casi por accidente. La figura del payaso asesino/justiciero se hace famosa al ser esgrimida por quienes protestan contra las autoridades de la ciudad. Mientras tanto, consigue la oportunidad de oro de ser una figura de la televisión con la invitación al show de su comediante preferido. Pero no va al programa como comediante, sino como pobre diablo ridículo que debe aguantar las crueles burlas del presentador y las carcajadas de un público todavía más cruel. En este punto decide asumir su papel de payaso asesino y mata a su admirada estrella televisiva en vivo y en directo, provocando un motín en la ciudad del que se convierte en símbolo y líder involuntario. De este modo, el pobre diablo se transforma en demonio sanguinario y líder de multitudes. De enfermo y pobre hombre pasa a ser un ángel vengador monstruoso, sin escrúpulos y sin miedo.

Se dice que Joker tiene claras influencias de El rey de la comedia y Taxi Driver, ambas películas de Martin Scorsese, pero hay un punto muy significativo que separa estas películas de la cinta de Todd Phillips. Mientras los personajes de las obras de Scorsese logran salir de la marginalidad por medios atroces, logrando el éxito en el mudo del espectáculo en un caso, y la celebridad como pistolero vengador en el otro, los personajes siguen siendo seres humanos como los demás y su situación sigue siendo problemática: el taxista maneja su carro en el caos urbano, y el comediante es un títere en un industria que se presenta como una especie de despiadado circo romano. En cambio, el Guasón pasa de la pobreza a convertirse en el rey del caos o príncipe de las tinieblas, y su enfermedad viene a ser un arma poderosa en su nueva condición: es la monstruosidad triunfante.

Quizá es esta metamorfosis de pobre diablo en demonio poderoso lo que hace que los espectadores se identifiquen con el personaje, pero lo cierto es que así se diluye cualquier aspiración crítica de la película. Porque este giro casi sobrenatural hace que la miseria y la violencia de la ciudad pierdan su carácter negativo para convertirse en el necesario infierno que todo demonio necesita.

UN DETALLE SOBRE EL IRLANDÉS DE SCORSESE

El irlandés

De los muchos aspectos que pueden abordarse al hablar de El irlandés (Martin Scorsese, 2019) está el de su guion. Notable la manera como se entrecruzan los diferentes tiempos del relato: el presente de la narración, con el protagonista anciano recordando su vida, luego toda su historia desde la segunda guerra mundial hasta los años noventa, y el episodio central del viaje por carretera que termina con la muerte de Hoffa, hecho central de la narración, pero que ocurre muy al final de la cinta. Lo más meritorio es que la película no es confusa y el espectador no pierde nunca el hilo de la historia, aunque esto es, por supuesto, no solo un asunto de guion, sino de puesta en escena. De todos modos, no es solo que la película logre mantener el interés hasta el final de sus casi tres horas y media, los más importante es que el momento decisivo –el asesinato de Hoffa-, infecta toda la película, o sea, un acontecimiento determinado recorre toda la cinta, aunque naturalmente haya ocurrido en un tiempo específico. El hecho en sí mismo no es tan importante, Hoffa ya era un cadáver político cuando desapareció y la muerte de todos modos ronda a todos los personajes, tanto que cuando aparecen en pantalla se muestra un letrero indicando la fecha y las circunstancias de su deceso; lo decisivo es su influencia en la vida de los personajes, sobre todo del protagonista. Frank Sheeran entendía el sicariato como una fuente de ingresos extras para su problemática economía familiar o como una forma de pagar favores a su amigo y mentor Russell Bufalino, capo mafioso de Filadelfia. Solo el asesinato de Jimmy Hoffa, admirado jefe sindical y amigo de la familia, hace reflexionar al personaje sobre el sentido de su vida. Pero aquí es donde encuentro un aspecto problemático de la película, particularmente del guion. El personaje solo se enfrenta a su propia culpa por la muerte de Hoffa, y por todos sus crímenes, a partir de la actitud de su hija Peggy, quien desde pequeña se muestra distante emocionalmente de su padre, y después de la desaparición de Hoffa corta definitivamente cualquier relación con él. Es como si la conciencia del personaje se materializara en la figura de su acusadora hija. Es más, desde mi punto de vista este personaje no tiene la misma naturaleza que los demás. Mientras todos los personajes interactúan de modo diverso, por ejemplo, en situaciones íntimas y en actos públicos, toman múltiples decisiones y cambian a lo largo del tiempo (no solo físicamente), es decir, son personajes humanos, la hija del protagonista es una especie de personaje alegórico que representa la conciencia culpable del padre, como en algunas obras teatrales donde aparecen en escena el Odio, el Amor, la Guerra, y otras ideas o realidades en forma de seres con cuerpo y voz humana. Pues bien, pienso que este personaje tan extravagante en el contexto de la película de Scorsese resulta ser un elemento perturbador de la obra. Exagerando, es como si se mostrara al tradicional diablito hablándole en un oído y a un angelito en el otro, para representar la indecisión moral de un personaje, solo que no en tono de farsa o caricatura, sino en modo serio y profundo. Porque, aunque el humor también tiene un lugar en esta película, pero menos que en otras del director, la parte más dramática es precisamente la que tiene que ver con la relación de Sheeran (el Irlandés) con su hija, que para mí no es más que su conciencia.

Toda esta subtrama de la relación del protagonista con su hija (conciencia de culpa personificada) parece sacada de otra película, pues no resulta bien entrelazada con el drama realista que se desarrolla en el resto de la obra.

 Solo quería comentar un aspecto que me parece problemático dentro de una obra notable dentro de la carrera de Scorsese. Aunque, al respecto, quisiera decir que no considero esta película tan cercana a Goodfellas o Casino, como se dijo, sobre todo antes del estreno. Desde mi punto de vista, Mean Streets o Raging Bull tienen una relación más estrecha. En estas películas las escenas largas y llenas de detalles visuales y diálogos extensos, sirven para presentar los conflictos de los personajes entre ellos y consigo mismos. La explosividad y la brillantez tan reconocidas en Scorsese ocupan un lugar secundario en El irlandés, como lo hacían en Mean Streets o Raging Bull, aunque sean las escenas de estilizada violencia las que se citen y se recuerden.

Y para hablar de otros directores y películas, me parece que más que a El padrino de Coppola, El irlandés recuerda a El Gatopardo de Visconti, por su tema y en parte por su forma, pero ese es asunto para otra ocasión.

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