Cómo es de fea la palabra “película”. No son mejores los sinónimos: film o filme y cinta. El sonido poco agradable del vocablo no es ningún misterio. Las dos sílabas finales únicamente por una letra no suenan como culo. Al respecto de este inconveniente fonético, hace unos años se fundó una parroquia en Medellín con el nombre de la Porciúncula. El término venía de un lugar relacionado con la vida de san Francisco de Asís, y es claramente una voz latina. Más católico no podía ser el nombre de la capilla, que, por otra parte, llevan muchas iglesias en el mundo. La feligresía era muy camandulera, adoradora del santo, aunque no tanto de la historia, y poquísimo del latín. En resumidas cuentas, la diócesis y el cura determinaron cambiar el nombre de la parroquia, ante la avalancha de chistes y juegos de palabras de mal gusto que hicieron carrera entre la feligresía.
Los devotos del cine han tolerado más de un siglo la existencia de semejante vocablo tan desgraciado. Probablemente, los sustitutos no sean mejores (filme, cinta), aunque no recuerden ninguna parte chistosa de la anatomía. Comparten, sin embargo, con “película”, su origen técnico-científico. Son expresiones con olor a laboratorio, fábrica y taller. Los inicios del cine se enmarcan en la época de las primeras maravillas de la técnica moderna, a fines del siglo XIX. Maravillas que, curiosamente, hoy son piezas de museo, exhibidas junto a las hachas de sílex neolíticas. De hecho, “película”, palabra de aire muy científico, quiere decir algo así como “pellejito”, de rusticidad innegable.
Y es que, a decir verdad, en el presente siglo, en la producción cinematográfica casi no se utilizan dispositivos que propiamente se puedan denominar películas, filmes o cintas. La gran mayoría de los productos se realizan con equipos digitales. Mejor no hablar de la palabra video, lánguida como pocas. El verbo latino del que procede no le concede mucho prestigio ni sonoridad, y es preferible cualquier cosa terminada en cula o culo. Aunque, en verdad, hoy en día la mayor parte de lo que se hace es video. Ahora todos son videógrafos, gústeles o no, que además es otra palabreja inane. Está bien que el topógrafo y el cartógrafo se llamen así, pues sus oficios se refieren a realidades útiles, serias y aburridoras, pero que el realizador de clips de reguetón se llame videógrafo es una cursilería.
Quizás la razón de la fealdad de las palabras que se refieren a producciones cinematográficas sea que los aparatos que registran y proyectan imágenes en movimiento se inventaron, y se han desarrollado, en épocas en las que los hablantes de español no estaban entre los que diseñaban y fabricaban artilugios técnicos. Así como no hay inventiva científica, tampoco la hay en cuestión de palabras. La lengua recoge lo que dejan caer otros idiomas, y se las arregla como puede. Aunque quizás en inglés film y movie tampoco tengan mucho encanto; picture, en este contexto, parece mejor, quién sabe. En cualquier caso, el resultado es que en español le tenemos que decir “películas” (pellejitos) a las obras de Tarkovski, Huston o Buñuel.