Uno de los pecados veniales más tontos, o si se quiere, de los errores más disculpables que puede alguien cometer, es volver a ver una gran película después de muchos años. Parece una inocuidad, pero tiene consecuencias lamentables en la vida del aficionado. No tiene caso citar ejemplos de filmes específicos, pues se suscitarían las inevitables controversias acerca de si tal obra es tan importante como dicen o es un bodrio sobrevalorado. Que cada quien ponga el título que prefiera. El punto es que el nuevo visionado de la antigua película, que recordamos como una sensación agradable, aunque hayamos olvidado gran parte del argumento y apenas si vislumbramos alguna imagen, quizás más que nada por el bombardeo de fotogramas, clips y carteles que traen las redes sociales; digo que volver a ver la tal obra nos deja un extraño malestar, que proviene, cosa rara, de que la encontramos magnífica. El problema no es con la gran película, el problema es con las otras, especialmente con las nuevas. La riqueza de la obra revisitada nos hace caer en cuenta de la pobreza del resto. Y no podemos caer en la obviedad de pensar que la solución es ver únicamente películas viejas. A la larga se convertirían en vomitivos. El problema es muy hondo y exige un remedio radical. La solución es dejar de ver cualquier tipo de películas. Abstenerse hasta de los videos musicales de YouTube. Renunciar como un penitente a la pecaminosa vida de cinéfilo y aun de vulgar espectador ocasional. Solo quedará el recuerdo de algunas películas y se evitará la pena de la mayoría.
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Publicado porEL BLOG DE MAGÍN GARCÍAPublicado en Sin categoríaEtiquetas:Cine, cine clásico, Crítica, decadencia, decepción, error, filme, Pecado
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