El caso Mattei (Il Caso Mattei, Francesco Rosi, 1972)
El docudrama es uno de los géneros más desgraciados que existen. Desde el punto de vista narrativo y visual ocupa el lugar más bajo. Formato habitual en producciones con pretensiones educativas que no quieren conformarse con la exposición de contenidos por parte de expertos. Las viñetas dramáticas sirven para amenizar el desarrollo del tema, que en su núcleo principal corre a cargo de los entrevistados y de la infaltable voz en off. Si se trata de la bomba atómica, vemos a hombres engominados y de bigotico en tonos sepia o blanco y negro, vestidos de bata blanca entre probetas y mecheros, mientras alguien nos cuenta de la competencia entre las potencias beligerantes para conseguir desintegrar el átomo. En otro programa, el tema son los Evangelios, y mientras teólogos y arqueólogos revelan sus descubrimientos y elucubraciones, se nos presenta a un viejo de barba blanca, cubierto con una túnica, sosteniendo un cálamo en la mano, inclinado sobre lo que parece ser un pergamino. Como se ve, la humildad del docudrama es verdaderamente chocante. Por eso es tan notable una película como El caso Mattei.
La muerte de Enrico Mattei es un misterio italiano, al mismo nivel del asesinato de Kennedy en Estados Unidos. Sin embargo, la película de Francesco Rosi no es una cinta de misterio que juegue con la curiosidad del espectador, ni una pieza de impacto que intente indignar al público como el JFK (1991) de Oliver Stone. En realidad es un poco pesada de ver, por el exceso de información y por la huida de las explicaciones psicológicas. Mattei no es un personaje que se ame o se odie, sino un punto de vista. La vida personal del hombre queda desatendida, porque no es la chismografía lo que interesa, sino una situación histórica representada por un individuo peculiar. En cambio, se puede sentir de modo directo el drama político y económico que confluía en el industrial italiano y no solo recibir información histórica como en una docta conferencia sobre la materia. Es aquí donde el pobre género del docudrama encuentra su lugar: distancia respecto a las personas y cercanía a los temas.
Con el género del docudrama se debe hacer lo que con cualquier otro: usarlo, sacarle partido, parodiarlo, y en cualquier caso, irrespetarlo. Los géneros en el cine son estrategias de mercadotecnia o divisiones administrativas de empresas productoras. Carecen de valor intrínseco y solo responden a intereses comerciales o a tradiciones espurias. En El caso Mattei se usa el triste género del docudrama para poner en escena los problemas de la economía mundial, planteando más preguntas que respuestas, como corresponde a cualquier análisis de problemas contemporáneos. Como ya lo había hecho Rosi en Salvatore Giuliano (1962), pero de modo más evidente, se mira una realidad desde la supuesta objetividad que da el presentar una colección de testimonios en diversos formatos: entrevistas, fragmentos de programas de televisión, grabaciones de interrogatorios judiciales. Es notable que casi no se utiliza el material de archivo, más bien se reconstruye con actores el material real. Lo más curioso es la recreación del personaje principal. El Enrico Mattei interpretado por Gian Maria Volonté no es una imitación o una reconstrucción histórica del individuo real, sino que el protagonista es un expositor que presenta a la audiencia las ideas del industrial y político, mientras que otros ‒policías, periodistas, dirigentes de partidos, simples transeúntes‒, expresan otras visiones sobre los problemas de la economía petrolera y la realidad italiana, y sobre todo, comentan las diferentes versiones sobre el accidente o sabotaje en que perdió la vida Mattei.
La distancia de “documental” respecto al tema da como resultado que la comicidad de la farsa politiquera no se esconde tras fachadas trascendentales, al contrario, se acentúa. En un momento, el propio Francesco Rosi, director de la película, comenta con sorna, mientras ve proyectadas las fotos de los dirigentes de la Democracia Cristiana, que no es posible que el público entienda las volteretas ideológicas de los políticos y su variable relación con Mattei.
El increíble resultado es que el sesudo documental no posa de serio y profundo, sino que, sin renunciar a la complejidad, se transforma en una comedia estrafalaria, esta vez no protagonizada por patanes de barrio o amas de casa histéricas, sino por los amos del mundo: los grandes industriales y el alto clero financiero.