Invitación de un pecador

Imitación de Cristo, libro devoto del siglo XV, recoge una serie de consejos para ser un buen cristiano. En el capítulo décimo, titulado “Cómo se ha de cercenar la demasía de las palabras” se dice:

Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención.

Muchas veces quisiera haber callado y no haber estado entre los hombres.

Pero ¿cuál es la causa porque tan de gana hablamos y platicamos unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia?

La razón es que por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos.

Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas.

Mas, ¡ay dolor!, que muchas veces sucede vanamente y sin fruto; porque esta exterior consolación es de gran detrimento a la interior y divina.

El autor explica la razón del exceso de palabras como una necesidad de liberarnos del peso de los pensamientos, entendidos como si fueran la pus de una inflamación, por lo que su expulsión generaría alivio. La otra razón es la búsqueda de consuelo en el prójimo; al parecer nos sentimos reconfortados al invitar a otros a que nos ayuden a cargar nuestros pensamientos. Se trata de otra forma de reducir el peso que genera nuestra descontrolada actividad mental, ocupada sin cesar en “las cosas del siglo”, o dicho de otro modo, en la realidad de este mundo, lo cual incluye desde la más vulgar cotidianidad hasta los grandes hechos políticos. Sin embargo, no duda en calificar esta consolación por la conversación como una empresa vana y sobre todo mala para la conciencia: “pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención. Porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad”. La vanidad en este caso consiste en buscar ser admirado por lo que se dice, de ahí que el consuelo verbal se transforma en consciente búsqueda de halagos y premios de los oyentes o lectores. El autor propone la búsqueda del consuelo no en los hombres y sus palabras, sino en Dios, a través de la oración, es decir, de la conversación con la divinidad.

Traigo a consideración esta cita de un viejo libro cristiano para presentar este blog, pues no puedo encontrar mejor justificación para escribir los textos aquí compartidos que las razones expuestas en la cita sobre la propensión a la palabrería del género humano: “por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos. Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas”. Pues yo me confieso culpable y no encuentro otro motivo para participar en la barahúnda de internet. No tengo ninguna obra que publicitar o explicar, no estoy unido a ninguna organización política que me lleve a escribir para atacar o defender una causa o la contraria. Tampoco tengo autoridad para dar consejos a nadie acerca de nada. Espero simplemente que alguien lea mis escritos y encuentre en ellos algo que le agrade o le interese.

Reconozco que no es una presentación muy estimulante, pero hasta que se llegue la hora de la consolación divina –nadie sabe que vueltas da la vida– habrá que seguir fatigando al prójimo con el exceso de palabras por este y otros medios.

Y para seguir acumulando pecados, aquí va una cita de Gonzalo de Berceo, poeta castellano del siglo XIII:

Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino

Así que yo me acojo a la protección de este viejo poeta y afirmo que también espero que los escritos aquí publicados valdrán al menos “un vaso de bon vino” o de lo que gusten.

El VHS y el VIH

Recuerdo haber leído hace años que el video había sido el VIH del cine. Apareció en la misma época que la enfermedad y tuvo el mismo efecto destructivo que esta sobre las generaciones hijas de la revolución sexual y que disfrutaban de los antibióticos que curaban otras infecciones. El video, el legal y el pirata, acabó con muchas salas de barrio y obligó a que cerraran los últimos grandes teatros de la época dorada del espectáculo cinematográfico. Sin embargo, no deja de ser estrambótica la comparación con una epidemia mortal, al menos en sus comienzos, como fue el VIH.

La extraña comparación me viene a la mente al pensar que, por lo que sé, no existe un culto nostálgico organizado para recordar los viejos tacos de video de VHS o Betamax. Se entiende que no exista para el DVD, pues este todavía circula, pero las viejas cintas negras empacadas en feas y pesadas cajas de plástico fueron el medio en que muchos vimos la mayoría del cine, tanto clásicos como estrenos. Aunque si me llegara a enterar que tal club de nostálgicos del videotape existe, no me interesaría ingresar en dicha organización. Lo digo porque, en verdad, no tengo nostalgia del VHS. No solo me parece mejor el DVD, sino que aprovecho sin complejos el streaming. Y eso que para algunos, internet es una enfermedad peor que el SIDA, algo así como el Ebola del cine exhibido en salas, sistema tradicional de distribución cargado de entrañables mitologías. Pero aunque en definitiva así fuera, la verdad es que, personalmente, no tengo recuerdos maravillosos de las salas de cine. Si el sórdido taco de plástico del VHS no representa nada para mí, tampoco la mítica sala oscura, y la verdad es que me cuesta creer las enternecedoras memorias de muchas personas contemporáneas, o incluso más viejas que yo, acerca de la magia de las plateas cinematográficas. Quizás en tiempos en que el único espectáculo del pueblo o del barrio era una salita de cine, la cosa sería diferente. Pero ese no es el caso más común, al menos desde la aparición de la televisión. Por otro lado, todo el mundo sabe que la nostalgia, como cualquier otro sentimiento, no es un asunto meramente privado; la nostalgia tiene mucho de colectivo y, al menos en algunos casos, nos conmovemos recordando exactamente las mismas cosas que el resto de la gente, precisamente porque todo el mundo parece enternecido por la misma causa.

Pero, en cualquier caso, los historiadores tendrán que descubrir cuáles son los efectos que los cambios en la forma de distribución tienen en las producciones. Como simple espectador, solo espero ver alguna buena película, no importa si es en una sala o en una ordinaria pantallita casera. La magia del cine, para usar una expresión tópica, está en las películas, no en ninguna manoseada nostalgia de los viejos templos de la religión cinéfila.

Por otra parte, el cine no tiene derecho a hacer ascos del desarrollo tecnológico. El cinematógrafo no fue otra cosa que un artilugio producto de los esfuerzos de industriales e inventores de finales del siglo XIX, la misma época en que rodaron los primeros automóviles y se encendieron las primeras bombillas eléctricas.

La verdad, ni la sala más grande y con mejor sonido pueden arreglar una película mediocre. Por el contrario, a veces una vieja película vista en un televisor con mala señal nos logra conmover e interesar mucho más que el más potente blockbuster en pantalla grande.

Apuesta ganada, apuesta perdida

Diamantes en bruto (Uncut Gems, Josh y Benny Safdie, 2019)

Queremos que gane el malo en esta película, o más que el malo, mejor sería decir el incompetente, el inmoral y el feo. El espectador es solidario con un personaje desagradable y quiere que tenga éxito en sus aviesos propósitos. Gran logro, pues de este modo le quita al público la satisfacción de sentirse moralmente superior al personaje. Muy al contrario, terminamos casi como cómplices de las desgraciadas maquinaciones del protagonista.

El ritmo acelerado y el incontenible vendaval de estímulos visuales y sonoros de esta película no dejan que el espectador tome distancia, y termina involucrado como si fuera un apostador viendo una carrera. Espera  hasta el final el resultado como si lo hubiera puesto todo al triunfo del caballo menos opcionado, un caballo enfermo y drogado.

La solidaridad y la compasión que nos inspira el personaje son un cuestionamiento a nuestro propio juicio moral. Al parecer nosotros también queremos ganar a toda costa, no importa cuál sea el juego.

El espejo de Tarkovsky: diario poético de la vulgaridad

El espejo de Andréi Tarkovsky


La explosión de una bomba nuclear y el incendio de una casa son hechos equiparables. Un viejo recuerdo de infancia acerca del sacrificio de un pollo ocupa el mismo lugar que la guerra civil española. En El espejo (1975) de Andréi Tarkovsky, todo lo que constituye la vida humana aparece en pantalla, desde lo más grande hasta lo más pequeño: las guerras y las conversaciones de una pareja divorciada, los hechos históricos y las fantasías privadas. Todo aparece sin un orden determinado; no hay discriminación entre hechos importantes y sucesos banales. Esta diversidad de elementos desiguales, ubicados en el mismo rango y juntos en una misma obra, hace pensar en algo así como un diario personal o una libreta de apuntes. En este tipo de textos, un recorte de periódico donde se anuncia la llegada a la Luna puede ir al lado de una nota con una hora y un lugar, como simple recordatorio de una cita. Otro rasgo del diario y de la libreta de apuntes es su apariencia de inmediatez, de la vida capturada en un instante, sin preparativos y sin correcciones. Ninguna intriga o trama convierte al texto en una narración, tampoco se someten las ideas a una perspectiva determinada. La libreta recibe lo que las caóticas circunstancias depositen en el papel; puede ser la copia de un fragmento de una novela o un propósito de año nuevo. Según dicen, el día de la toma de la Bastilla Luis XVI escribió en su diario: “Nada”. Se refería al resultado de una cacería. Este ejemplo muestra el absurdo usual de la existencia, donde los instantes se suceden unos a otros sin pausa y solo unas cuantas experiencias quedan en la memoria, o en el sucedáneo de la memoria que es el diario personal.
Esta estructura fragmentaria hace que sea tan difícil desentrañar el sentido de El espejo. Quizás por esto, la película se aprecia sobre todo por la calidad fotográfica de algunas de sus secuencias y por otros valores, como la música por ejemplo. Pero, a este respecto, es claro que también hay elementos mucho más problemáticos estéticamente, como el abundante uso de material de archivo proveniente de viejos documentales y noticieros, o los poemas recitados por una voz en off que llenan largas secuencias. A veces, la película se arriesga a caer en el mal gusto que se podría achacar a ciertas escenas oníricas, si nos atenemos al supuesto carácter realista del cine más clásico. Pero esta variedad de elementos, que incluyen además cambios en el color y la textura de las imágenes, están ahí como parte de un proceso creativo. El artista abre su taller y podemos ver los materiales con los que trabaja –su libreta de apuntes-. Parece que el trabajo estuviera por hacerse. Aquí es donde creo que está el sentido de esta película tan críptica. El caos de los recuerdos, sensaciones, noticias y reflexiones nos bombardean sin darnos tiempo a procesarlos, lo cual quiere decir apreciarlos y disfrutarlos. La vida se nos escapa y nos deja vacíos. En El espejo se realiza de modo concreto un ejercicio de salvación de la vida en su conjunto, valorando lo bello y lo feo, lo feliz y lo doloroso. Quizá esta película sea una invitación a hacer lo mismo con nuestra propia vida, aunque no seamos poetas.

Los trabajos de la guerra, magníficos e inútiles 1917 (Sam Mendes, 2019)

La guerra se muestra como una acumulación de trabajos extenuantes de todo tipo: cavar trincheras y repararlas, arrastrar el armamento, conseguir comida, empujar carros atascados en el barro, recorrer grandes distancias a pie y, por supuesto, enterrar muertos. Además, en la película no se ven, pero si se intuyen, los largos y complicados preparativos de las operaciones, los problemas climáticos, psicológicos, logísticos, administrativos, y un larguísimo etcétera. La guerra es ante todo trabajo duro, peor aún, trabajo inútil; tantos esfuerzos, y lo único que se consigue es un cansancio cada vez más mayor, sobre todo porque la sensación es de estancamiento. Nadie niega la tenacidad del trabajo, pero la obra no se concreta. La concreción sería la victoria, o al menos forzar el fin de la guerra de algún modo. Nada de esto se ve en la película, donde incluso un oficial sentencia que la guerra solo terminará cuando el último hombre quede en pie. Eso no fue lo que en realidad sucedió, pero no importa, aquí de lo que hablamos es de la película 1917(Sam Mendes, 2019)no del hecho histórico en que se basa.

Hay un cierto paralelismo entre la visión de la guerra de la película y la propia película como obra de arte. Es imposible no pensar en la cantidad y la calidad de la labor de todo el equipo que realizó esta cinta. Todos los departamentos técnicos son sobresalientes y, al menos para mí, es imposible no reflexionar acerca del cansancio y la angustia producidos por una realización a la vez tan minuciosa y tan grande. Pero también, el resultado es igual de problemático que el de la guerra. El esfuerzo se ve por todas partes, pero no se ve claro el objetivo de tanto despliegue. Las marchas interminables y las terribles heridas se justifican –hablando bélicamente– si se consigue la victoria, de lo contrario no son sino monstruosas inutilidades. En el caso de una película, la destreza técnica y el preciosismo solo se justifican si sirven para construir un objeto lleno de ideas complejas y sentimientos potentes. Por desgracia, 1917 lo único que nos dice es que la guerra es mala porque muere mucha gente y que todo el mundo quiere volver a casa. La gracia técnica de esta película justifica el verla en pantalla grande, es lo único que se puede decir con certeza, y eso, tristemente, es muy poco.

Jojo Rabbit: Inocencia y mala fe

Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019)

La película trata sobre la inocencia, la inocencia de un niño de diez años que es nazi y quiere ser guardia personal de Hitler. Por ahora, sin embargo, se conforma con tener a una versión ridícula del dictador como amigo imaginario. El humor parte de que la inocencia del niño está precisamente en abrazar con la conciencia tranquila las ideas atroces del nazismo.

Pero bueno, esta premisa puede dar para muchas cosas, en el caso de Jojo Rabbit solo sirve para propiciar situaciones melodramáticas y cómicas a ritmo acelerado. Porque está claro que aunque el personaje es un inocente, no lo son los realizadores de la cinta. Muy al contrario, utilizan de la manera más astuta todos los trucos del manual para darle al espectador una experiencia de montaña rusa emocional. De ahí que no se pueda decir con certeza si se trata de una comedia con elementos melodramáticos o un melodrama surcado de momentos cómicos.

Aunque quizás lo más problemático de todo sea la simpleza ideológica de la película. Puede aceptarse que el niño crea en la bondad de su ideología nazi sin cuestionarla, al fin y al cabo es un inocente, pero no es tan fácil dar por bueno el que en la obra los malos y los buenos sean los de siempre, hasta el punto que la muerte de los alemanes es presentada como si se tratara de personajes de un videojuego, algo con lo que el espectador se debe divertir. Definitivamente no es una mirada inocente la del director, como sí lo es, en cambio, la del excelente actor que interpreta al niño protagonista.

El faro: danza macabra

El faro (The Lighthouse, Robert Eggers, 2019)

En la isla del faro durante el día hay trabajo y aburrimiento, mientras en la noche hay pesadillas terribles con seres mitológicos, sueños terribles pero excitantes. Luego aparece el alcohol, y a las pesadillas se agregan los alborotos y delirios de las borracheras. El mundo diurno del trabajo y los reglamentos se va reduciendo cada vez más, el mundo nocturno de la fantasía y el desenfreno terminan por ocupar toda la película. De este modo, los mitos y la fantasía se sobreponen a la vida real de los personajes, vida por otra parte llena de pobreza, tristeza y soledad. La fantasía no es bella, pero los personajes se entregan de modo irrefrenable a su seducción, hasta ser destruidos. Temen el desastre al que se dirigen pero a la vez lo buscan, pues sus nexos con la realidad son muy precarios al ser su vida tan miserable.

Podría pensarse que el joven es el único que tiene fantasías, pero el viejo expresa su enajenación en sus interminables cuentos sobre la vida del mar y sus supersticiones. Supersticiones que se convierten en la realidad de los personajes. Porque en esta película, al igual que en La bruja (The Witch, 2015), anterior trabajo del director, los personajes se convierten en los monstruos a los que antes temían, y esta transformación se siente como un alivio en medio de la irremediable miseria de su vida.

El pesimismo sin concesiones de El faro resulta tanto más atractivo porque este descenso a los infiernos es un espectáculo de precisión increíble, una verdadera danza macabra, y uno termina por sentir cierta incomodidad al disfrutar un espectáculo tan degradante. Lo cual quiere decir que esta película pertenece a la ilustre tradición de los viajes al infierno, solo que, a diferencia de otros casos, aquí no hay escapatoria.

Historia de un matrimonio

Historia de un matrimonio (Marriage Story, Noah Baumbach, 2019)

Película cautivadora de un modo extraño. Lo digo porque se logran integrar dos películas distintas en una sola: un melodrama matrimonial protagonizado por una pareja en trance de divorciarse y un thriller legal protagonizado por los abogados de los esposos. Los actores principales se convierten en secundarios cuando entran los abogados en escena. No creo que se deba a que los actores que interpretan a los litigantes sean mejores que los que encarnan a los esposos. Se debe a que esta trama seudocriminal, donde los juristas se ponen zancadilla y usan a sus clientes como sicarios, resulta mucho mejor lograda que la parte que corresponde a la vida de la pareja. En este caso, las lágrimas y los gritos no bastan para mostrar la degradación de los personajes. El drama se reduce al contenido de los diálogos, pues los esposos terminan tan encantadores como al principio.

Dice un autor que todo caer es decaer. Pues en esta película la caída moral, y hasta financiera, ni despeina a los personajes. Después de tantos discursos recitados en largas secuencias coreografiadas, la pareja no parece ni arrugarse la ropa al final del divorcio.

Un poquito de mugre hubiera sido bueno. Es lo único que me parece que desentona en esta notable película que logra crear una extraña sensación de intimidad. Es como si de verdad estuviéramos presenciando un lío ajeno, que no nos corresponde juzgar y que nos sentimos mal en presenciar.

AL OTRO LADO DEL VIENTO (THE OTHER SIDE OF THE WIND) DE ORSON WELLES: EL MUNDO DEL CINE CONTRA EL CINE

Con frecuencia los aficionados al cine, y aun los espectadores más ordinarios, sienten más curiosidad por el “mundo del cine” que por las películas en sí mismas. Los triunfos y derrotas de los actores, los enredos sexuales, los crímenes, ridículos u horrendos, de los productores, directores, divos o simples aspirantes; aun los enredos financieros y legales de los grandes estudios producen un enorme deleite en la masa cinéfila, generando entusiasmo e indignación de un modo que supera la reacción frente a la mayoría de las películas.

Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 2018), la película de Orson Welles terminada más de cuarenta años después de haber sido filmada, es una reflexión, y también una melancólica denuncia, sobre el atractivo morboso del mundo del cine frente al desinterés por las obras cinematográficas, reducidas a un mero pretexto para que el carnaval del show business continúe.

La película de Welles es fascinante visualmente, pero el bombardeo de imágenes y sonidos no produce un efecto de aturdimiento, al contrario, desata una continua reflexión que se inicia con los créditos y continúa mucho después del final. Quiero decir que la película en lugar de abrumar con su brillantez, genera una especie de distancia que obliga a pensar en el sentido de lo que se ve, más que a dejarse llevar por el espectáculo.

Esto es así porque la película tiene una estructura doble. Son dos películas que reclaman la atención del espectador y le impiden dejarse llevar por el atractivo de cualquiera de las tramas, más bien obliga a saltar de una a otra en el momento menos esperado.

En primer término, tenemos una fiesta multitudinaria en una casa de campo donde se celebra el cumpleaños de un viejo y célebre director de Hollywood. A la fiesta han sido invitados, además de amigos y colaboradores, una masa de periodistas, estudiantes de cine y fans, casi todos armados de cámaras portátiles y grabadoras de sonido. Esta parte de la película se presenta como un documental construido a partir de las tomas hechas por este grupo de camarógrafos aficionados, que fisgonean por toda la casa impúdicamente, de ahí la variedad en cuanto a calidad de imagen y sonido, y la cantidad de ángulos y distancias de las tomas, todo lo cual hace la película muy llamativa por la brillantez del montaje de materiales tan diversos.

La otra película que se integra con la anterior aparece cuando, como parte de la fiesta, se exhiben algunos rollos de la última e inconclusa película del director, titulada The Other Side of the Wind. Se trata, al parecer, de una especie de thriller erótico-sicodélico, muy estilizado visualmente y casi sin diálogos. En la cinta abundan los desnudos y la tensión sexual es creciente. Se trata de una película muy característica de los setenta, precisamente cuando el sexo se hizo frecuente en el cine convencional (lo que en España se llamó “el destape”). Parece que el viejo director trata de adaptarse a la ola de liberación sexual para lograr un éxito tardío.

Sin embargo, y esto es un elemento esencial, el público de la fiesta no presta mucha atención a la pantalla, como no sea para intentar descubrir detalles de la relación entre los actores y el director. Durante toda la fiesta se espera a la joven estrella masculina, especulando sobre las razones de su ausencia, además de mostrar gran interés por su vida anterior, por su sexualidad, por averiguar su nombre real, por el modo como lo “descubrió” el director. Lo mismo ocurre con la sensual actriz de la película, que si se halla presente, a quien se identifica como una exótica “nativa americana”, una Pocahontas llena de misterio, que tiene una puntería maravillosa con el rifle.

Aunque la misteriosa película inconclusa del viejo maestro parece ser el centro de interés de la extravagante concurrencia de la fiesta, en realidad a nadie le interesa la obra como tal. Para algunos significa dinero, que se gana o que se pierde, o que se necesita para terminar la producción y sobrevivir un día más en la brutal industria, y mantener el costoso estilo de vida. Para otros es solo una fuente de chismes para llenar los periódicos y los noticieros de televisión. Para los estudiantes y cinéfilos es una oportunidad de ver a sus ídolos derrotados, el romántico espectáculo de la decadencia. Incluso sirve para que algunos veteranos cultiven la ilusión de seguir en el negocio, a pesar de las malas perspectivas.

Hay un momento muy significativo en el que un viejo ayudante del director grita que van a realizar “a real movie”, dirigiéndose a las decenas de cámaras que filman sin cesar todo el alboroto. Pero a nadie parece interesarle hacer una verdadera película, o siquiera verla. En esta película de Orson Welles el mundo del entertaiment, el show business, se traga al cine  mismo.

Resulta curioso que la propia recepción de Al otro lado del viento pareciera privilegiar la larguísima y enrevesada producción de la película, llena de conflictos legales y personales entre los herederos, y olvidar la obra como tal, tratada como una curiosidad de museo, una extravagancia de un director “genial”, que al fin terminará perdida en la borrasca de internet.

EL INFLITRADO DEL KLAN: CÓMIC POLÍTICO DE SPIKE LEE

El infiltrado del Klan (BlacKkKlansman, 2018) se puede ver como una película policiaca donde se desarrolla una investigación encubierta muy arriesgada y un tanto aparatosa, centrada en una confusión de identidades, que culmina con un final emocionante lleno de tensión. Pero es obvio que la trama policial, con sus enredos y giros dramáticos, no es el centro de la película. De hecho, todo esa historia solo sirve de soporte para denunciar el racismo en Estados Unidos, en concreto las ideas y actividades del grupo extremista Ku Klux Klan en los años setenta. Además, se presentan en paralelo las actividades de grupos negros, considerados radicales, durante la época de las luchas por los derechos civiles.

Otro aspecto importante es que la película no solo habla del pasado, sino que relaciona las circunstancias de los setenta con la situación actual de tensión racial, en concreto los hechos sucedidos durante la presidencia de Trump, lo que se hace explícito al final cuando se muestran imágenes documentales de violencia callejera provocada por grupos racistas hace poco tiempo.

El elemento que integra la denuncia del conflicto racial con la trama policiaca dentro de la película es un oficial que resulta ser el primer policía negro en un pueblo de Colorado. Este individuo sufre la contradicción entre sus ideales políticos, cercanos al activismo afroamericano, y su trabajo como agente del Estado opresor. Aunque su integración en las fuerzas del orden parece justificarse porque su accionar está encaminado a combatir al Klan, una causa justa al fin y al cabo. Es como si el personaje representara la posición ideológica de ciertos sectores dentro de la comunidad negra que creen que el Estado puede reformarse y servir como eje de un proceso de superación del racismo y la opresión.

En realidad, todos los personajes representan las posiciones ideológicas de determinados sectores dentro del conflicto social de la época:

Los miembros del KKK: Blancos ordinarios racistas, fanáticos e ignorantes.

Los policías blancos: La buena voluntad del Estado, a pesar de sus prejuicios.

Los activistas negros: Compromiso y fidelidad a la causa, a la vez que una gran suspicacia frente al Estado, al que consideran parte del problema y no de la solución, al contrario de la posición conciliadora del protagonista.

Los personajes interactúan representando estas ideas y posiciones, lo cual los convierte en figuras simbólicas más que en seres de carne y hueso.

En cuanto al aspecto propiamente visual, la película es muy tradicional, con planos medios y primeros planos que sirven únicamente para enmarcar los coloquios de los personajes, donde cada uno declara de manera explícita sus ideas e intenciones. La única osadía visual sucede en la escena donde un líder negro da un discurso incendiario y los rostros de los oyentes se presentan unidos en una especie de mosaico, aunque el efecto es muy sutil y nada sicodélico. Es más, ni siquiera se pretende imitar el estilo del cine de los setentas, de hecho, lo único que hace pensar en el cine de aquella época, además del vestuario y los peinados, es la fotografía oscura, que recuerda un poco a El Padrino, por ejemplo.

En conclusión, la película es plana visualmente, como son planos sus personajes. Lo cual indica que se trata de una decisión creativa y no un error. Para mi es claro que el realizador quería denunciar un conflicto social, y quería hacerlo de manera simple y evidente. Para ello recurrió al impacto que produce en el público el género policiaco, así como a unos personajes planos, propios del cómic, donde cada quien ocupa una posición determinada (el bueno y el malo fundamentalmente).

El infiltrado del Klan es una especie de comic político, de ahí su efectividad como denuncia, pero también su pobreza cinematográfica.

La última imagen de la película es una bandera de Estados Unidos volteada al revés que ocupa toda la pantalla. Un símbolo de la lucha contra el racismo en la actualidad. No es el único ícono reconocible de forma obvia (sobre todo en Estados Unidos), de hecho, todos los personajes no son más que caricaturas estereotipadas que participan en un conflicto que parece abstracto, aunque su origen sea una situación real y presente.

No me parece malo que Spike Lee haga cine político en  Hollywood, de hecho es meritorio por varios razones, pero no esperaba ver otro cómic cinematográfico de tantos que se exhiben hoy en día, sobre todo de parte del mismo director de la complejísima y divertida Haz lo correcto (Do the Right Thing) de 1989.

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