Imitación de Cristo, libro devoto del siglo XV, recoge una serie de consejos para ser un buen cristiano. En el capítulo décimo, titulado “Cómo se ha de cercenar la demasía de las palabras” se dice:
Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención.
Muchas veces quisiera haber callado y no haber estado entre los hombres.
Pero ¿cuál es la causa porque tan de gana hablamos y platicamos unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia?
La razón es que por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos.
Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas.
Mas, ¡ay dolor!, que muchas veces sucede vanamente y sin fruto; porque esta exterior consolación es de gran detrimento a la interior y divina.
El autor explica la razón del exceso de palabras como una necesidad de liberarnos del peso de los pensamientos, entendidos como si fueran la pus de una inflamación, por lo que su expulsión generaría alivio. La otra razón es la búsqueda de consuelo en el prójimo; al parecer nos sentimos reconfortados al invitar a otros a que nos ayuden a cargar nuestros pensamientos. Se trata de otra forma de reducir el peso que genera nuestra descontrolada actividad mental, ocupada sin cesar en “las cosas del siglo”, o dicho de otro modo, en la realidad de este mundo, lo cual incluye desde la más vulgar cotidianidad hasta los grandes hechos políticos. Sin embargo, no duda en calificar esta consolación por la conversación como una empresa vana y sobre todo mala para la conciencia: “pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención. Porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad”. La vanidad en este caso consiste en buscar ser admirado por lo que se dice, de ahí que el consuelo verbal se transforma en consciente búsqueda de halagos y premios de los oyentes o lectores. El autor propone la búsqueda del consuelo no en los hombres y sus palabras, sino en Dios, a través de la oración, es decir, de la conversación con la divinidad.
Traigo a consideración esta cita de un viejo libro cristiano para presentar este blog, pues no puedo encontrar mejor justificación para escribir los textos aquí compartidos que las razones expuestas en la cita sobre la propensión a la palabrería del género humano: “por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos. Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas”. Pues yo me confieso culpable y no encuentro otro motivo para participar en la barahúnda de internet. No tengo ninguna obra que publicitar o explicar, no estoy unido a ninguna organización política que me lleve a escribir para atacar o defender una causa o la contraria. Tampoco tengo autoridad para dar consejos a nadie acerca de nada. Espero simplemente que alguien lea mis escritos y encuentre en ellos algo que le agrade o le interese.
Reconozco que no es una presentación muy estimulante, pero hasta que se llegue la hora de la consolación divina –nadie sabe que vueltas da la vida– habrá que seguir fatigando al prójimo con el exceso de palabras por este y otros medios.
Y para seguir acumulando pecados, aquí va una cita de Gonzalo de Berceo, poeta castellano del siglo XIII:
Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino
Así que yo me acojo a la protección de este viejo poeta y afirmo que también espero que los escritos aquí publicados valdrán al menos “un vaso de bon vino” o de lo que gusten.