El mundo académico es muy parecido a un convento, de hecho las universidades nacieron en el seno de la Iglesia. Cuando dicen que la academia debería abrirse o acercarse al mundo exterior es como si les dijeran a unas monjas de clausura que montaran un burdel para aprovechar las excelentes instalaciones y las indudables cualidades físicas de las religiosas, fortalecidas por el régimen austero y la tranquilidad espiritual, en este punto muy superiores a las de las mujeres de afuera, llenas de vicios y malos hábitos, y con los nervios debilitados por el estrés. Si tal apertura se hiciera, el silencioso convento desaparecería absorbido por el bullicio de la calle. La relación justa entre los académicos y el resto del mundo debería partir del ejemplo de las aventuras de los amantes de monjas, que con la ayuda de otras religiosas o de empleados del claustro, entraban a escondidas a entablar relaciones con las vírgenes. O lo contrario, las monjas que urdían estrategias para salir, y violar sus votos temporalmente. Así se mantenía el contacto sano y fructífero entre el tranquilo pero enrarecido aire de los conventos, y el fresco, aunque polvoriento y ruidoso de las plazas y calles.
Quédense en los claustros con sus trabajos pacientes, cuidadosos y especializados, y déjenos al resto las habladurías, la sabiondería y las teorías de la conspiración. Cada tanto algún académico atravesará las tapias y observará el despelote de opiniones y verdades a medias en que consiste la vida intelectual callejera; disfrutará un rato, luego se asqueará y preferirá refugiarse antes de verse envuelto en la estulticia. Sacará partido del desorden sin sufrir sus consecuencias, como la monja traviesa que deja entrar cada tanto a su amigo. Quizás esta excursión le proporcionará material para sus investigaciones, como el pecado le dará motivos a la religiosa para la penitencia, que es la única manera de alcanzar la perfección.
Claro que la vida de los conventos tiene sus amarguras, por los chismorreos, las envidias y hasta los ataques de fuerzas sobrenaturales, en forma de posesiones y desgracias similares. En esto se parece también a la vida académica, salvo que no interviene Satanás, solo el demonio del dinero, peor que cualquier entidad infernal.