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Matar a Jesús

Matar a Jesús (Laura Mora, 2018)

La muchacha tiene el cuerpo débil y el alma hecha cenizas. El asesinato del padre desbarata su vida, y la inoperancia y la corrupción del Estado no son precisamente un alivio para tanta desgracia. En estas circunstancias, la posibilidad de venganza es el único impulso para seguir viviendo. Pero el asesino resulta ser un muchacho como ella, solo que más solitario y más herido. Al duelo se agrega el conflicto moral frente a la humanidad del victimario, de ahí que la venganza se transforme de un motivo para existir en un infortunio más que padecer. Este es el planteamiento inicial de Matar a Jesús, y se descubre a los pocos minutos de comenzar la película, o incluso después de ver el tráiler y leer la publicidad. Pero, como es obvio, una idea no basta para salvar una obra. Digo, el desarrollo concreto de la idea es el que no funciona del todo. Una película tan verista, filmada en las calles de la ciudad, protagonizada por actores que viven en esos mismos callejones en la vida real, resulta  extrañamente abstracta. El verdadero drama de la protagonista, en su concreta realidad, nunca se llega a ver en pantalla. Lo más que se puede decir es que las imágenes ilustran un sencillo esquema dramático, pero casi nunca llegan a encarnar los conflictos de forma que nos golpeen con suficiente contundencia, para llegar a entender, de verdad, el dolor de la protagonista.

Si se quiere presentar un conflicto interno, un dilema ético en el cine es preciso recurrir a una puesta en escena que trascienda la observación de las cosas y de los personajes desde afuera. La cámara no puede funcionar como en un documental de la vida animal, donde por medio de teleobjetivos de gran poder se mira en detalle el comportamiento de las bestias sin que las pobres se den cuenta, pero tampoco como si fuera un microscopio que ve a los microbios dando brincos entre la fétida humedad sin que los bichitos se percaten de que hay un infeliz de bata blanca espiándolos. Todo lo contrario, en lugar de ver a las criaturas desde fuera, se debe asumir su punto de vista. El mundo tiene que ser visto desde la atormentada perspectiva del personaje que sufre una agitación en su alma. Pero en Matar a Jesús la cámara persigue a los individuos como la lupa de un entomólogo, registra sus acciones, su forma de relacionarse, sus peleas y sus encuentros. Es una cámara que acosa, sobre todo a la joven protagonista, que a veces parece como si corriera ante la presencia ominosa de la máquina. En una escena de la película la chica le dice al sicario que su cámara fotográfica apunta y dispara, en clara referencia a un arma de fuego. Pues la cámara de cine parece amenazar a los actores que no saben cómo reaccionar frente a ese aparato que invade su cotidianidad. Este registro un tanto esquemático de comportamientos humanos en diferentes esferas sociales, como el parche salsero universitario o la novena de aguinaldos en el barrio, con buñuelos y natilla, sin negar su valor técnico, lo cierto es que no aporta nada a desarrollar el conflicto principal, que se va alejando cada vez más, perdiéndose casi en el horizonte, mientras en primer plano vemos un documental costumbrista. La excepción que confirma la regla, es que los únicos momentos en que de verdad podemos sentir el drama de la protagonista es cuando se abandona el afán documental y se da paso al absurdo y a la fantasía. Por ejemplo, cuando la muchacha, después de presenciar la alegre y desordenada navidad en un barrio, llega a su casa a instalar de manera apresurada y torpe, a medianoche, los arreglos navideños que se habían quedado guardados por la tristeza de la familia después de la tragedia. Otro momento es aquel en que baila con el sicario en plena calle abarrotada de hinchas de fútbol, y por un momento la pareja se queda solitaria en un melancólico y extraño baile. Esta ensoñación es quizás el momento que más se recuerda de la película, y el que deja ver de manera más real el conflicto tan atroz que arrastra la protagonista. Sobre todo tiene mucha más carga dramática que los desafortunados enredos de la joven con la economía ilegal, que me parece que se quedan en el nivel del docudrama, como una simple ilustración de un problema social.

La fantasía, el ensueño y el absurdo alumbran el dilema moral con más intensidad que la observación meticulosa de la conducta, que convierte a los seres humanos en especímenes bajo investigación, los cual los pone a muy poco de ser números en una tabla, por ejemplo, una de las que están llenas de las cifras de la violencia en Medellín.

Publicado por EL BLOG DE MAGÍN GARCÍA

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