La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, Martin Scorsese, 1988)
Siglos y siglos de pintura y escultura han definido nuestra visión de la Biblia y sobre todo de la figura y hechos de Jesucristo. Las imágenes sacras no estaban encerradas en museos, sino que se exhibían a la vista de todo el mundo en capillas y catedrales, y también ilustraban Biblias, libros de oraciones y textos escolares. En el siglo XX, el cine y la televisión acabaron de moldear la forma en que concebimos la historia sagrada a nivel visual y sonoro. Sin embargo, al menos en los países católicos, son las celebraciones y representaciones de Semana Santa que se escenifican cada año en muchos barrios y pueblos las que mandan la parada en lo que a imaginario popular se refiere. Por supuesto que tales espectáculos callejeros se inspiran en los cuadros religiosos y puede que hasta en las películas, en tiempos más cercanos, pero hay un tono, a la vez muy artificioso y muy auténtico, que es característico de esas procesiones callejeras con un vecino barbado cargando una cruz y con soldados romanos engominados y de tenis. La pasión, muerte y resurrección de Jesús queda teñida por los colores chillones de las telas baratas de las túnicas, las espadas y yelmos de plástico, así como la infaltable lluvia, que obliga a que Cristo sea atado a la cruz bajo un paraguas.
La mezcla de lo vulgar y lo sagrado es propia de toda religión multitudinaria. Una de las consecuencias que tiene el espectáculo de las procesiones y puestas en escena callejeras es que todos terminamos por conocer la historia, al menos en líneas generales, y por esperar un determinado tipo de recreación visual: Cristo de barba, la Virgen llorosa, ángeles rubios, san Pedro calvo y todo lo que se quiera. Quizás el encanto que tiene El Evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964) de Pier Paolo Pasolini es conservar la grosera rigidez y además cierta torpeza de la representación callejera tradicional, en su versión cinematográfica de la vida de Jesús. Un ejemplo de ello es la decisión de poner a un estudiante ateo sin experiencia previa a interpretar al Salvador. El muchacho se mueve de acá para allá, entre ruinas medievales y extras desconcertados, con música clásica de fondo. El hecho de que ni siquiera intente actuar es parte del éxito de la película, porque conserva el necesario amateurismo y tono naif de cualquier espectáculo parroquial, sin la dramatización hollywoodense o telenovelesca de otras versiones, como la conocida Jesús de Nazaret (Jesus of Nazareth, 1977) de Franco Zeffirelli o La pasión de Cristo (The Passion of Christ, 2004) de Mel Gibson, o cualquiera de las películas que se han hecho desde los comienzos del cine. Diálogo pomposo, música efectista y recreación de murales y lienzos renacentistas o del academicismo decimonónico son ingredientes infaltables de la receta del cine bíblico. Con sus defectos y virtudes, todas las películas evangélicas siguen la estela de La vida y la pasión de Jesucristo (Vie et Passion de Jésus-Christ) de Ferdinand Zecca & Lucien Nonguet, película de 1907, que recrea cuadros famosos de la historia del arte en las temblorosas imágenes del cine recién nacido. La idea es impresionar al público con el prestigio de la tradición pictórica y transmitir un mensaje no menos tradicional. La diferencia de la película de Pasolini es que apela a referentes más populares para recrear su Evangelio y no agrega drama a la sencilla narración bíblica.
Al comienzo de la película de Scorsese aparecen estos dos textos. El primero es una cita de Nikos Kazantzakis, autor de la novela adaptada, y el segundo es una advertencia de los realizadores sobre la relación de la cinta con el Nuevo Testamento.
“La doble sustancia de Cristo ha sido siempre para mí un misterio profundo e insondable; el anhelo del hombre, tan humano, tan sobrehumano, de llegar hasta Dios (…) mi angustia primera, la fuente de todas mis alegrías y de todos mis desasosiegos, ha sido ésta: la lucha incesante y despiadada entre el espíritu y la carne (…) y mi alma era el campo de batalla donde estos dos ejércitos en conflicto se enfrentaban y se unían”.
“Esta película no está basada en los Evangelios sino en esta exploración ficcional del eterno conflicto espiritual”
La película pretende ser una reflexión sobre el problema de la lucha entre el espíritu y la carne y para ello utiliza la figura de Jesús. No es una obra hecha para ayuda de los catequistas de niños ni para entretenimiento de feriado de Semana Santa, pero tampoco es una reconstrucción pretendidamente exacta de la vida en el Medio Oriente hace dos mil años. Parece incluso que no se reduce al cristianismo el problema filosófico, sino que toma una perspectiva mucho más universal, que no se circunscribe a ninguna tradición cultural específica.
Con todo, lo que vemos es una versión de la vida de Cristo un poco despegada de los Evangelios, aunque sujeta a ellos en lo sustancial, y con una puesta en escena que no se separa nunca de la tradición cinematográfica del cine bíblico. La tortura interna del protagonista se pone en escena, casi siempre, a través de largos diálogos en plano contra plano; coloquios confusos donde se conversa sobre esta vida y la otra, literalmente. Lo demás son efectos visuales de mal gusto, propios de una cinta de terror de bajo presupuesto, y también juegos de estilo típicos de Scorsese, que no aportan mucho al desarrollo del problema planteado al comienzo. El dinamismo de la cámara y del montaje resulta inadecuado en una obra pretendidamente reflexiva y profunda. El interés costumbrista en los detalles, tan importante en el cine del director neoyorquino, se hace imposible en un territorio y una época que apenas si conoce, de ahí el convencionalismo y la poca expresividad de la ambientación y el vestuario.
El esfuerzo didáctico de La última tentación de Cristo es notable, y por lo mismo tan evidente su fracaso. Siempre que se trata de enseñar algo que no se sabe, o que no se entiende con suficiente profundidad, se cae en la pedantería y a veces en la cursilería.
El problema del conflicto entre cuerpo y espíritu, o el del hombre en busca de Dios, puede ser muy importante, o no tanto, según a quien se le pregunte, pero resulta una vana exposición de sabionderías si no se ha estudiado con profundidad y rigor. La película de Scorsese tiene un nivel intelectual de mesa de bar, y sus personajes y trama parecen diseñados por un televidente asiduo de los documentales de History Channel sobre los evangelios apócrifos. Lo único que queda es la gracia visual de unas cuantas tomas, que resultan insípidas si se comparan con otros trabajos del director.
Es increíble que la adaptación de la novela de Kazantzakis fuera el proyecto más largamente preparado por Scorsese, y su obra más polémica. La verdad es que puede muy bien servir para pasar una tarde de Viernes Santo, viendo a Willem Dafoe gesticular, en lugar de ir a ver al cura hacer lo propio en el altar.