Con frecuencia los aficionados al cine, y aun los espectadores más ordinarios, sienten más curiosidad por el “mundo del cine” que por las películas en sí mismas. Los triunfos y derrotas de los actores, los enredos sexuales, los crímenes, ridículos u horrendos, de los productores, directores, divos o simples aspirantes; aun los enredos financieros y legales de los grandes estudios producen un enorme deleite en la masa cinéfila, generando entusiasmo e indignación de un modo que supera la reacción frente a la mayoría de las películas.
Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 2018), la película de Orson Welles terminada más de cuarenta años después de haber sido filmada, es una reflexión, y también una melancólica denuncia, sobre el atractivo morboso del mundo del cine frente al desinterés por las obras cinematográficas, reducidas a un mero pretexto para que el carnaval del show business continúe.
La película de Welles es fascinante visualmente, pero el bombardeo de imágenes y sonidos no produce un efecto de aturdimiento, al contrario, desata una continua reflexión que se inicia con los créditos y continúa mucho después del final. Quiero decir que la película en lugar de abrumar con su brillantez, genera una especie de distancia que obliga a pensar en el sentido de lo que se ve, más que a dejarse llevar por el espectáculo.
Esto es así porque la película tiene una estructura doble. Son dos películas que reclaman la atención del espectador y le impiden dejarse llevar por el atractivo de cualquiera de las tramas, más bien obliga a saltar de una a otra en el momento menos esperado.
En primer término, tenemos una fiesta multitudinaria en una casa de campo donde se celebra el cumpleaños de un viejo y célebre director de Hollywood. A la fiesta han sido invitados, además de amigos y colaboradores, una masa de periodistas, estudiantes de cine y fans, casi todos armados de cámaras portátiles y grabadoras de sonido. Esta parte de la película se presenta como un documental construido a partir de las tomas hechas por este grupo de camarógrafos aficionados, que fisgonean por toda la casa impúdicamente, de ahí la variedad en cuanto a calidad de imagen y sonido, y la cantidad de ángulos y distancias de las tomas, todo lo cual hace la película muy llamativa por la brillantez del montaje de materiales tan diversos.
La otra película que se integra con la anterior aparece cuando, como parte de la fiesta, se exhiben algunos rollos de la última e inconclusa película del director, titulada The Other Side of the Wind. Se trata, al parecer, de una especie de thriller erótico-sicodélico, muy estilizado visualmente y casi sin diálogos. En la cinta abundan los desnudos y la tensión sexual es creciente. Se trata de una película muy característica de los setenta, precisamente cuando el sexo se hizo frecuente en el cine convencional (lo que en España se llamó “el destape”). Parece que el viejo director trata de adaptarse a la ola de liberación sexual para lograr un éxito tardío.
Sin embargo, y esto es un elemento esencial, el público de la fiesta no presta mucha atención a la pantalla, como no sea para intentar descubrir detalles de la relación entre los actores y el director. Durante toda la fiesta se espera a la joven estrella masculina, especulando sobre las razones de su ausencia, además de mostrar gran interés por su vida anterior, por su sexualidad, por averiguar su nombre real, por el modo como lo “descubrió” el director. Lo mismo ocurre con la sensual actriz de la película, que si se halla presente, a quien se identifica como una exótica “nativa americana”, una Pocahontas llena de misterio, que tiene una puntería maravillosa con el rifle.
Aunque la misteriosa película inconclusa del viejo maestro parece ser el centro de interés de la extravagante concurrencia de la fiesta, en realidad a nadie le interesa la obra como tal. Para algunos significa dinero, que se gana o que se pierde, o que se necesita para terminar la producción y sobrevivir un día más en la brutal industria, y mantener el costoso estilo de vida. Para otros es solo una fuente de chismes para llenar los periódicos y los noticieros de televisión. Para los estudiantes y cinéfilos es una oportunidad de ver a sus ídolos derrotados, el romántico espectáculo de la decadencia. Incluso sirve para que algunos veteranos cultiven la ilusión de seguir en el negocio, a pesar de las malas perspectivas.
Hay un momento muy significativo en el que un viejo ayudante del director grita que van a realizar “a real movie”, dirigiéndose a las decenas de cámaras que filman sin cesar todo el alboroto. Pero a nadie parece interesarle hacer una verdadera película, o siquiera verla. En esta película de Orson Welles el mundo del entertaiment, el show business, se traga al cine mismo.
Resulta curioso que la propia recepción de Al otro lado del viento pareciera privilegiar la larguísima y enrevesada producción de la película, llena de conflictos legales y personales entre los herederos, y olvidar la obra como tal, tratada como una curiosidad de museo, una extravagancia de un director “genial”, que al fin terminará perdida en la borrasca de internet.