Se dice que hay que escribir como resistencia. Al menos en redes sociales y en ciertos ambientes, es una especie de justificación para la actividad de juntar letras. ¿Resistir a qué?, y en caso tal, es efectiva dicha resistencia tipográfica. En cualquier caso, se ha escrito por muchas razones a lo largo de la historia, aunque las más comunes son cinco o seis. Primero, como actividad propia de personas ociosas, que pueden disponer de su tiempo sin apuros económicos. El ocio es una situación de poder. Significa tiempo libre, pero también superioridad sobre el resto de la gente ocupada en sus negocios, es decir, en lo que no es ocio: en el trabajo y en las obligaciones familiares y cívicas. El ocioso escribe por una u otra razón, pero es notorio que lo hace, además, para demostrar que puede hacer lo que quiera con su tiempo sin ser tachado de holgazán. Puede despacharse con una traducción de la Ilíada al latín, por ejemplo. Segundo, se escribe como negocio, por dinero que se cobra por palabra o por hora. Es el trabajo del escritor profesional. A un escribidor se le encarga un texto como se le puede encargar una torta a un pastelero. Aunque también es el caso del abogado que redacta una demanda o del empleado que escribe un informe. O se escribe esperando alguna recompensa futura, como en el caso de la escritura académica. Tercero, escribir también puede ser una penosa obligación. Como en los trabajos de los estudiantes, o en una situación menos conocida, cuando los superiores obligaban a los clérigos y monjas a redactar o a dictar sus biografías. Cuarto, se escribe a favor o en contra de un gobierno o de un régimen. Se entiende que esto lo hacen quienes tienen los medios, y gozan de libertad para publicar dentro o fuera del país en cuestión. Es claro que además de atacar al contrario hay que coquetear con los partidarios. Quinto, la escritura de diarios o cartas personales para desahogar el alma acongojada. Aunque también pueden servir para preservar eventos curiosos o importantes que de lo contrario se borrarían de la mente. Sexto, escribir como autoexamen al final de la vida o para distraer las horas muertas de la vejez. Generalmente el resultado son las memorias o autobiografías. Por supuesto que en algunos casos varias motivaciones coinciden. Un millonario ocioso puede escribir sus memorias para uso privado, pero se convierten en un éxito de ventas que hace aún más rico al infeliz, y lo motivan a escribir una segunda parte con el cebo de un generoso adelanto y una posible adaptación al cine.
Pero, entonces, dónde queda la “resistencia”. Esta palabra hace pensar en los grupos de milicianos que lucharon de modo irregular contra los nazis y fascistas durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en Italia y Francia. Aunque ha habido resistencias en muchos tiempos y lugares, la imagen más corriente de estos grupos armados es la que el cine y la televisión han popularizado, teniendo como protagonistas a bandas de desaliñados guerrilleros escondidos en cuevas y planeando emboscadas contra pelotones alemanes, o a grupos de nerviosos combatientes urbanos instalando bombas en el automóvil de algún general enemigo. Además, en obras de ciencia ficción o fantasía, es común el cliché de los grupúsculos que luchan en condiciones de inferioridad contra algún poder potentísimo y tiránico que esclaviza al planeta o a la galaxia. En estas películas o novelas se reproduce el mito de David contra Goliat: la fuerza moral de pequeños grupos de apasionados contra grandes poderes organizados. Este mito surgió en los Estados de Europa occidental que estuvieron ocupados por los nazis durante la guerra. Los ejércitos alemanes fueron vencidos por las tropas angloamericanas y por la Unión Soviética, pero para darle una base ideológica a las naciones renacidas se sobredimensionó el papel de la resistencia local en la derrota alemana. Se quería dar la impresión de que la mayoría de la población combatió contra el invasor, mientras una pequeña minoría canalla se entregaba al colaboracionismo. Esta supuesta hazaña colectiva incluyó a los que lucharon con las armas, pero también a quienes escribieron y cantaron en contra del enemigo, arriesgando su vida en el proceso. Pero la realidad fue al revés. La mayoría de la gente aceptó con resignación la ocupación, y a veces se aprovechó de ella. Esto incluyó a los artistas y escritores. Por ejemplo, en París, muchos famosos continuaron con su actividad como antes de la guerra y cultivaron la amistad de los alemanes. Solo una pequeñísima minoría arriesgó su vida para expulsar al invasor, pero, en cualquier caso, sus acciones no fueron decisivas en la victoria.
Pero si la resistencia no fue importante en la realidad del campo de batalla, si lo fue como mito político que sirvió para amparar ideológicamente los nuevos regímenes democráticos. Tales Estados reconstituidos fueron creados por presión norteamericana, con miras a evitar la expansión soviética. Había que olvidar el pasado colaboracionista. Para ello se usó la leyenda de los partisanos con el fusil al hombro, secundados por los poetas repartiendo pasquines antinazis clandestinos, que increíblemente derrotaban a los tanques y aviones alemanes.
Hay un fondo de falsedad en todo el asunto de la resistencia, incluyendo la “escritura como resistencia”. Porque si los pobres escribidores no se vieran constreñidos a resistirse usando la pluma, ¿qué se supone que harían? Supongo que usarían otras formas más directas para destruir al enemigo, como las ametralladoras o las bombas; o ya instalados en el mando, dirigirían los asuntos públicos desde su elegante oficina gubernamental. O al final, vistos sin enemigos ni temores, se dedicarían a pastorear ovejas en un paisaje de verdes colinas rodeadas de bosques umbríos, o a cuidar jardines laberínticos en imponentes castillos. Harían cosas magníficas, sin duda, pero no escribirían, ya que no habría nada a que resistirse. Se dejarían las letras a los ociosos, los ambiciosos, los amargados y los solitarios. Los antiguos resistentes se dedicarían simplemente a vivir. Pero la verdad es que el negocio de vivir lo podrían emprender desde ya, aún con el enemigo a las puertas, y olvidarse de literaturas.